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Memoria revisada de García Lorca
Columna
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Volvamos a lo incontestable

"No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba". Es un verso de Rafael Alberti, de la Elegía a un poeta que no tuvo su muerte, dedicado a su amigo Federico García Lorca. Se publicó en el homenaje al poeta García Lorca contra su muerte, que preparó Emilio Prados con motivo del Congreso de Intelectuales Antifascistas celebrado en 1937.

Rafael sintió hasta su vejez la idea de que era él, militante activo del Partido Comunista, quien debería haber muerto en la guerra. Pero se trataba de una culpa innecesaria. Como republicano, discípulo de Giner de los Ríos, director de La Barraca, defensor público del Frente Popular y voz crítica de la peor burguesía de España, el autor de Mariana Pineda tenía motivos de sobra para ser ejecutado sin juicio por los militares rebeldes de 1936.

Él representa a todo ser humano agredido por cualquier barbarie
Para estar a la altura de la leyenda y la realidad, hay que dignificar el parque
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"Nunca hubo enterramientos"

Cuando mi amigo Andrés Soria Olmedo me encargó en 1986, a los 50 años de la muerte del poeta, una edición facsímil del homenaje antifascista preparado por Emilio Prados en plena Guerra Civil, empecé a estudiar las repercusiones nacionales e internacionales del asesinato de García Lorca. Es una investigación inacabable, porque las bibliotecas y las librerías de viejo todavía me dan sorpresas. Miles de publicaciones y numerosas ciudades del mundo denunciaron los acontecimientos granadinos y la vileza del llamado Ejército nacional. Y siempre con un sentido predominante: Federico García Lorca representa a todas las víctimas de la Guerra Civil española, a la dignidad y la libertad de cualquier ser humano agredido por cualquier violencia, cualquier represión, cualquier totalitarismo.

Una vez completadas las excavaciones en la fosa de Alfacar, sin la aparición de restos humanos, conviene que recordemos el verdadero significado de la muerte de García Lorca, para volver a lo que estuvo claro desde el principio. Olvidemos los rumores, las calumnias, las malas informaciones, los protagonismos mentirosos, las sugerencias equívocas, las mezquinas sospechas sobre la familia, las interpretaciones disparatadas, la audacia de los que están siempre seguros de todo sin saber nada de nada, y volvamos a lo incontestable. García Lorca fue ejecutado por el ejército franquista, entre Víznar y Alfacar, con la implicación de las más altas instancias militares, como uno más de los 5.000 republicanos granadinos que perdieron la vida en una de las represiones más crueles y desalmadas de la historia.

Aunque fuese un republicano más, García Lorca era también un poeta único, y por eso su muerte pasó a representar de forma inmediata el sufrimiento de las víctimas y la dignidad del ser humano contra la barbarie. En nombre de todos los asesinados, García Lorca está ahí, sigue ahí, unos metros más allá o más acá entre Víznar y Alfacar, rodeado de montañas, olivos y emociones históricas, en la fosa desconocida que le asignó el azar macabro de la muerte o los cálculos vergonzosos de los asesinos. Ésa es su significación, su realidad, su honrada leyenda.

Para estar a la altura de la leyenda y la realidad, no queda ahora otra salida que dignificar el parque, ampliarlo, llevarlo si es posible hasta la fosa común más conocida del terreno, defender un gran bosque dedicado a la Memoria Histórica, con la participación de arquitectos y escultores de fama internacional. Granada puede redefinir su identidad. Los que han sabido defender los derechos privados de algunas familias deben asumir también el valor de las causas públicas. Espero que la Junta de Andalucía y la Diputación inviertan dinero en la dignificación de aquel paraje. Y espero que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ponga en este empeño la misma energía que ha utilizado para abrir las fosas. Si ninguna víctimas de 1936 tuvo la muerte que le correspondía, es conveniente que todas tengan la tumba que merecen.

El poeta Federico García Lorca, en los años treinta.
El poeta Federico García Lorca, en los años treinta.

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