Versos contra la costumbre
Juan Carlos Mestre gana el Premio Nacional de Poesía
"Poesía es lo que resiste a la costumbre". Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) recuerda la frase de Saint John Perse mientras acumula las definiciones de poesía para evitar dar una sola e inamovible. "La poesía es la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de otra manera, una casa de huéspedes habitada por las voces morales de la intemperie, un puente de palabras entre lo real y lo desconocido, el elogio de la dignidad humana", dice.
"Todo libro es un diálogo con las deudas que uno tiene con las voces que le ayudan a vivir", dice también. Se refiere a La casa roja (Calambur), el libro que le valió ayer el Premio Nacional de Poesía, dotado con 20.000 euros y otorgado por un jurado compuesto, entre otros, por Joan Margarit, Olvido García Valdés, Alex Susanna, Dionisia García y Elena Medel. Entre las deudas que contrajo para escribir el libro, Mestre señala las que tiene con dos autores fallecidos en los últimos meses: José-Miguel Ullán y Antonio Pereira. También recuerda a Vicente Núñez: "Me interesan los desobedientes respecto a los lenguajes normalizados del poder, aquellos que hablan una lengua extranjera en su propia tribu".
"Un poeta no es un ser extraordinario. Habla el lenguaje de su época"
Autor de media docena larga de poemarios, el escritor berciano se consagró dentro del panorama joven de la poesía española con su tercer libro, Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonais en 1985), al que puso música su paisano Amancio Prada. Luego publicaría títulos como La poesía ha caído en desgracia (Visor, Premio Jaime Gil de Biedma en 1992) y La tumba de Keats (Hiperión, Premio Jaén en 1999), escrito durante una estancia en la Academia de España en Roma, ciudad en cuyo cementerio protestante está enterrado el poeta romántico inglés.
La poesía de Juan Carlos Mestre hunde, de hecho, sus raíces en el romanticismo y atraviesa el irracionalismo vanguardista sin perder de vista ni el presente ni la calle. Así, en La casa roja, un libro que alterna prosa y verso, los teléfonos móviles y los restaurantes chinos conviven con las apelaciones cosmogónicas: "Mis antepasados inventaron la Vía Láctea, / dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad". "No creo", dice Mestre, "que un poeta sea un ser dotado de un carácter extraordinario. Habla el lenguaje de su época".
Poesía de la conciencia es -en parte por contraposición escolástica a la de la experiencia o la diferencia- un término que en ocasiones han utilizado los manuales de la literatura de los últimos 20 años para nombrar el trabajo del autor leonés, y de paso el de compañeros suyos de generación como Jorge Riechmann, Fernando Beltrán y José María Parreño. Mestre, sin embargo, desconfía de las preceptivas y de las instrucciones de uso: "Donde hay un poeta hay un insumiso", afirma. "La poesía es un discurso profundamente republicano. Es el discurso de ciudadanos libres que ejercen su derecho a estar en desacuerdo desde el lenguaje de la delicadeza. Todo lo demás, tendencias, generaciones, grupos, está abocado al fracaso porque la poesía se resiste al saber".
Él mismo, que es también artista plástico y músico (algo muy presente en sus lecturas en público), se resiste a la autoridad de los compartimentos estancos: "Son algo caduco y falso. Cuando las ideas aparecen son ya portadoras de su forma". Y apunta una última definición: "Rafael Pérez Estrada decía que la poesía son palabras civiles para después del tiempo. Y lo que yo hago son pequeños actos civiles: a veces toman la forma de un collage y a veces la de un poema".
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