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Decenas de miles de personas protestan en Jerusalén contra Netanyahu al grito de “¡traidor!”

Los manifestantes reclaman el fin de la guerra de Gaza, el retorno pactado de los rehenes y la salida del actual Gobierno de coalición de extrema derecha

Los ministros ultranacionalistas Smotrich -izquierda- y Ben Gvir, en un cartel durante la manifestación en la que decenas de miles de personas han protestado este miércoles en Jerusalén. Foto: Luis de Vega | Vídeo: EPV
Luis de Vega

Retumban tambores de paz alrededor de la sede del Parlamento de Israel (Kneset), en Jerusalén. Tambores que, en medio de una nutrida protesta (40.000 personas, según medios locales), plantan cara al clima bélico impuesto desde el Gobierno ultraderechista que lidera el primer ministro Benjamín Netanyahu. El mandatario sigue soliviantando a una parte importante de la sociedad con sus maniobras para deshacerse de autoridades del estamento judicial y de seguridad que ve como una amenaza para el mantenimiento de su cargo. A eso se une su decisión de volar por los aires la tregua en Gaza y retomar los bombardeos sobre la Franja, que han dejado cerca de medio millar de muertos en los últimos dos días.

Al ritmo de la percusión se unen también bocinas, carracas, megáfonos y voces desgañitadas por la indignación. El viento hace ondear los cientos de banderas, la mayoría israelíes. Sin incidentes de gravedad con las fuerzas del orden, que han detenido a cuatro personas, miles de manifestantes llegados de diferentes regiones del país marchan en la mañana y la tarde del miércoles desde una sede, la de la Kneset, que ya no consideran de representación popular, en dirección a la residencia de Netanyahu. Las calles de alrededor permanecen cerradas al tráfico por la presencia de importantes grupos de ciudadanos. Algunos se sientan en el asfalto y toman la vía pública impidiendo el paso de vehículos por zonas neurálgicas de vital importancia como la plaza de París.

“¡Traidor!”, se escucha gritar al paso de la manifestación. El primer ministro es la principal diana de las críticas, el hastío, la ira, las pancartas, los carteles, las pegatinas… Como sacada de un molde, la respuesta de la gran mayoría de los asistentes al motivo que les empuja a protestar es la misma. Esgrimen una especie de Santísima Trinidad argumental: reclamar el fin de la guerra, exigir un acuerdo para el regreso de los 59 rehenes ―vivos y muertos― que quedan en Gaza y que se acabe con la deriva autoritaria que, consideran, pone en peligro la democracia israelí. Algunos afirman que esa espiral les ha llevado a concluir que su país se está convirtiendo en la Venezuela de Nicolás Maduro, la Hungría de Viktor Orbán o el Irán de los ayatolás. También son objeto de críticas ―y mofas e insultos― los ministros ultranacionalistas de Finanzas, Bezalel Smotrich, y de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, que ha aceptado este lunes, impulsado por los bombardeos, regresar al Ejecutivo tras ausentarse por la tregua alcanzada en enero con Hamás.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, e Itamar Ben Gvir se estrechan la mano este miércoles en el parlamento israelí.

“Los manifestantes que han salido a las calles hoy son los mayores amantes de Israel que he conocido”, ha expresado tras asistir a la marcha Yair Golan, el líder de Los demócratas (un partido surgido recientemente de la fusión del Laborismo y del pacifista Meretz). “Luchan con todas sus fuerzas para salvar el país, la democracia y las vidas de los secuestrados”. El opositor parlamentario Gadi Eisenkot y el ex primer ministro Ehud Barak también se han unido, según el diario Haaretz.

Algunos han venido de lejos tras pedirse una jornada de asueto; otros llegan a la Ciudad Santa pertrechados con mochila, saco de dormir y tienda de campaña, decididos a quedarse más de un día. A primera hora de la tarde empieza a aflorar un improvisado campamento en el parque de la Independencia, delante de la Embajada de Estados Unidos.

Uno de los que tiene pensado quedarse es Rotem, de 53 años, que prefiere no dar su apellido. Tira de un pequeño carrito en el que lleva sus pertenencias, incluida una manta y una tienda de campaña. Proviene de cerca de Cesárea, en la costa mediterránea, entre Tel Aviv y Haifa. Repite varias veces que tiene “miedo de lo que Netanyahu está haciendo”. También de lo que ha hecho. Y, mirando hacia adelante, teme de la misma forma por el plan del primer ministro para defenestrar, como anunció el pasado fin semana, a Ronen Bar, jefe del servicio secreto interno (Shin Bet), encargado de vigilar en Israel y Palestina. Lo quiere hacer en un momento en el que Netanyahu y su entorno están siendo investigados por recibir dinero por favorecer los intereses de Qatar, próximo a Hamás.

Decenas de miles de personas han marchado este miércoles en Jerusalén a favor del fin de la guerra, por la liberación de los rehenes en Gaza y contra la deriva autoritaria del primer ministro Benjamín Netanyahu.

Junto a Rotem avanza otro manifestante con un cartel en el que, en un mensaje que acompaña a una foto del primer ministro, se lee: “Bibi [como popularmente se conoce a Netanyahu], la destitución del jefe del Shin Bet es una declaración de guerra”.

La gran protesta de este miércoles se convocó tras conocerse el pasado fin de semana las intenciones de Netanyahu de deshacerse de Bar, una maniobra inédito en la historia del país, pero, como explica Rotem, desde entonces se ha añadido una justificación más, que es la del fin de la tregua en Gaza. Previamente, el mandatario se ha deshecho del ministro de Defensa, Yoav Gallant, y del jefe de las Fuerzas Armadas, Herzi Halevi. “Es horrible. Siento que lo veo hablar en televisión y es como si viera a Orbán. Es como si viviésemos en Hungría. Este es un momento muy complejo para nuestra democracia”, sentencia.

Entre las consignas y eslóganes que se lanzan, se leen en los carteles o incluso gorras, unos predominan sobre otros, como “Todos de vuelta, ahora”, referido a los rehenes; “No a la guerra” o “Paren esta jodida guerra”. Uno de esos carteles lo lleva alzado hacia arriba en sus manos Ruchama Woolf, de 52 años, procedente de la localidad septentrional de Ros Pina. Esta mujer, habitual de las protestas callejeras ―”llevo seis años en la calle”, asegura―, considera que es “inhumano” lo que las autoridades están haciendo con los cautivos en Gaza. Por eso, dice, participa en la marcha. Seguidamente, añade el final de la contienda y la salida de un gobierno que, según ella, no representa a la mayoría de la población. “Estamos cada vez más bajo un Gobierno religioso de judíos extremistas, tipo Irán, que ignora a gente liberal como nosotras”. Una de sus compañeras de marcha, Rebeca Elfasi, de 59 años, aclara que el último movimiento del ejército no solo pone en peligro la vida de los rehenes, sino también de los propios militares. “Y no podemos olvidarnos, de miles de inocentes dentro de Gaza”, agrega. “Por ellos también salimos a protestar”.

Intervención policial contra los manifestantes que han protestado este martes en las calles de Jerusalén.

“Aquí, entre estos miles de personas, no solo hay gente de izquierda o liberales, y esto no es habitual”, comenta Danna Eran-Shamin, de 48 años, refiriéndose a la diversidad de asistentes a la protesta. Ella es uno de los miles de evacuados por la guerra de las localidades del norte más próximas a la frontera con Líbano que todavía no han dado el paso de regresar a su casa pese al alto el fuego, allí sí, imperante desde finales de noviembre. Pero los hay que tienen incluso más complicado regresar a su lugar de origen. Es el caso de Rubén de Mayo, de 64 años, huido de Venezuela hace décadas y que siente que su vida ha cerrado una especie de círculo. “¡Estamos en Venezuela!”, espeta con cierto tono de indignación llamando la atención de otros transeúntes mientras explica que el “dictador” Netanyahu se ha colocado a la altura de otros como Nicolás Maduro o el ya fallecido Hugo Chávez.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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