Tarde de gloria en Las Ventas
Juan Mora (48 años y 27 de alternativa) se abrió de capa y muleta con serenidad, sin prisas, como quien no quiere la cosa, se sintió torero de los pies a la cabeza y en poco más de seis minutos entusiasmó a la plaza y cortó las dos orejas. Así, como suena. Y volvió a deleitar en el cuarto. Curro Díaz se armó de valor y se aupó al triunfo; y Morenito, enrabietado, con el toro más claro de la tarde, el sexto, ofreció un recital por naturales. Tarde de gloria en Las Ventas, el toreo resucitado y corrida inolvidable.
Lo más grande, quizá, fue la sorpresa. Es Mora un torero que viene de vuelta, que se presentó en esta plaza quién sabe si como un gesto de amor propio, de íntima satisfacción, más que para retomar una carrera que parece culminada. Y como no tenía nada que perder, se dedicó a torear, y lo hizo de manera tan personal e íntima que sublimó el toreo y lo convirtió en un alarde de armonía e inspiración.
Lo de Juan Mora no fue un faenón, sino una grandiosa obra de arte
Fue la suya la lección magistral de un catedrático emérito; algo así como la explosión de toda una vida. Fue un maestro macerado por el paso del tiempo... Qué forma de andar en la cara del toro; qué sabor en el par de verónicas y la media con las que recibió a ese primer toro; qué añeja torería al llevarlo a una mano al caballo, y qué inteligencia en esos muletazos por ambos lados, auténticos destellos de embrujo. Tres naturales eternos resultaron especialmente bellísimos. Y cuando la plaza hervía de pasión, y sin preparativo alguno, montó la espada de verdad y cobró una estocada hasta la bola. Prohibió Mora a su cuadrilla que se acercaran al toro, mientras él se marchaba con paso marcial y altanero hacia el burladero y el animal caía sin puntilla. La pasión se desbordó en un momento ciertamente inenarrable. Y que nadie se engañe: lo de Mora ante ese toro grandón y noble no fue un faenón, sino una obra de arte, cuajada, quizá de defectos, pero grandiosa de principio a fin. Esa y no otra es la gloria de los elegidos maestros. Y Mora, ayer, fue uno de ellos.
Volvió por sus fueros en el noble y flojo cuarto, torerísimo siempre, con sentido de la ligazón; hermosa una tanda de hondos derechazos, a los que siguieron dos naturales de cartel. Estocada efectiva, una voltereta final por exceso de confianza (puntazo leve en el muslo derecho) y nuevo y merecido triunfo.
Y al catedrático le acompañaban dos profesores doctos. Curro Díaz dibujó una tanda espléndida con la mano derecha a su soso primero, y se desmadejó en el quinto, muy valiente, con naturales de bella factura. Y Morenito, anodino en el tercero, dio toda una lección de toreo al natural en el último, al que mató de manera infame. Pero quedó la gloria... Para siempre.
Babelia
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