Secretos del corazón

Producida originalmente por Antena 3 TV hace casi dos años, rodada en modesto formato Super 16 mm, con actores de incipiente carrera y protagonizado por una joven actriz, Diana Gálvez, desdichadamente muerta en accidente algún tiempo después de finalizar el rodaje, Eso es la confirmación del interés del madrileño Fernando Colomo por el análisis de la condición adolescente, el tema preferido desde su debú, con la ya lejana Tigres de papel.La elección estética y temática de Colomo se orienta hacia terrenos no muy lejanos de los que transita habitualmente Eric Rohmer con su cine. Su apuesta es a ras de suelo, marcada por una solidaridad, una invencible simpatía y comprensión de las vicisitudes de sus criaturas, que borran de un plumazo cualquier diferencia generacional a prior¡ establecida.

Eso aborda dos o tres aspectos diferentes. Uno, la obsesión de un adolescente de clase obrera por dejar de ser virgen. Otro, una mirada sobre su vida cotidiana. Y un tercero, la sátira sobre la programación televisiva, al poner en solfa la manipulación de contenidos de un programa de esos con gancho morboso que presenta como real el ligue de una chica supuestamente millonaria con el igualmente improbable millonario por el que se hace pasar el atribulado, novato protagonista.

Este segmento del filme ocupa buena parte de las preocupaciones de Colomo. Hay en él una excelente idea: la de que la programación televisiva para el consumo de las clases populares sólo es capaz de mostrar un mundo que no existe, una vida con protagonistas tan comunes como ellos mismos.

Sentimientos

La idea tan querida por la comedia clásica, de la verdad que se esconde tras los pliegues de la impostura, es el motor de todo. No obstante, para llegar a que afloren los sentimientos reales de ambos, los guionistas gastan un poco más de tiempo y de credibilidad de la que sería recomendable, poniendo en peligro los logros que hasta entonces habían ido atesorando con paciencia. En el haber del filme hay que apuntar logros interesantes. Los trabajos de los protagonistas, Daniel Guzmán y la malograda Gálvez, rayan a gran altura y los secundarios son espléndidos; y, por encima de todo, destaca la ductilidad del director para renovar su mirada sobre la condición adolescente sin catequismos, aprendiendo de sus personajes, actualizando su discurso.