¿Fascistas ordinarios?
"Tanto Santiago Tabernero como yo hemos querido que un tema tan extenso e importante como es el del racismo y la xenofobia fuera tratado a nivel familiar, doméstico, en un círculo estrecho de amistades, de forma tribal", confiesa Carlos Saura en el press-book de Taxi. Y en efecto, el filme es exactamente eso: la forma en que gravita sobre una adolescente -fascinante Ingrid Rubio- el pesado fardo de un padre ultraderechista, un taxista violento y xenófobo; la manera en que se desarrolla su relación con el hijo de una colega de su padre, igualmente compañera de correrías delictivas racistas de éste. La explicitación de esa relación sentimental entre adolescentes, seguramente lo que más interesa al director, o al menos lo más interesante del filme, es uno de los ejes sobre los que éste reposa, como la denuncia de la intolerancia racista será el otro. La película se sitúa en la perfecta intersección de dos intereses presentes esporádicamente en la ya larga obra de Saura: el mundo de los jóvenes, en la línea de Los golfos o Deprisa, deprisa, y la denuncia de la ultraderecha, ya abordada en Los ojos vendados. Nadie podrá objetar, así, la clara voluntad cívica del cineasta al afrontar uno de los problemas larvados, latentes y siempre peligrosos que acechan a la sociedad española. Pero una vez vista la película, cuyas debilidades de guión son, por otra parte, considerables -¿por qué tuvo que aceptar Saura, un cineasta siempre cuidadoso a la hora de abordar sus proyectos, un texto que está pidiendo a marchas forzadas no ya una reescritura, sino un auténtico baldeo de comienzo a final?-, se abren paso algunos interrogantes que ciertamente no ayudan en nada al filme.El primero, y fundamental, afecta al contexto en que se sitúa la acción, y con él, a la credibilidad de los personajes. Unos facinerosos que reaccionan como el perro de Pávlov cada vez que ven un negro o un travestido es muy posible -es más: es cierto- que existan en la realidad. Pero puestos delante de una cámara, su comportamiento estereotipado y la ausencia de referencias precisas sobre su psicología los coloca paradójicamente del lado de la caricatura: el personaje que interpreta Eusebio Lázaro, por ejemplo, está siempre en las fronteras del ridículo, que traspasa limpiamente en una secuencia final, por lo demás impropia de un cineasta de la altura y el rigor de Saura.
Taxi
Dirección: Carlos Saura. Guión: Santiago Tabernero. Fotografía: Vittorio Storaro. Música: Manu Chao. Intérpretes: Ingrid Rubio, Carlos Fuentes, Ágata Lys, Eusebio Lázaro, Angel de Andrés López, Maite Blasco, Francisco Maestre. España, 1996.Estreno en Madrid: cines Proyecciones, Albufera, Ideal
Otro, no menos sorprendente, tiene que ver con la concepción de la puesta en escena. Pretender que se está frente a un registro realista, avalado por la re creación de un Madrid nocturno y especular, y emplear como director de fotografía a un depurado manierista como es Storaro, alguien que impone un sello no precisamente verista, resulta un contrasentido que per judica el filme.
Y finalmente, algo que no está en la película, pero a lo que ésta lleva irremediablemente. Nadie niega la oportunidad de rodar un filme sobre racismo y xenofobia. Pero proponer como racistas sólo a un puñado de descerebrados suena realmente a tranquilizante para conciencias bienestantes. Racistas hay muchos más, menos primariamente peligrosos que éstos, pero en el fondo mucho más eficaces: éstos, y no las caricaturas de Taxi, son los que componen las verdaderas filas de nuestro fascismo ordinario.
Babelia
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