Pere el Gran "vivió como un rey"
El análisis de la momia del monarca revela su buena salud y su envergadura
Mirar cara a cara a un rey muerto hace la friolera de 825 años no es una experiencia usual. Hace tragar saliva. Buscas en las devastadas facciones señas de majestad y pompa y crees avizorar en el vertiginoso fondo de las órbitas vacías un abismo de historia. El cuerpo embalsamado de Pere el Gran (1240-1285), del que ayer se presentaron los primeros resultados de los análisis científicos que se le están practicando, reposa en decúbito supino sobre una camilla en una cámara estéril habilitada para él en el Centro de Restauración de Bienes Muebles (!) de Cataluña, en Sant Cugat del Vallès (Barcelona). Para acceder hasta el monarca hay que ponerse una indumentaria especial que proporciona un aspecto digno de los científicos de E.T. Entrar en su nuevo y aséptico reino provoca escalofríos: es -también- porque se han reproducido la temperatura (12-14 grados) y la humedad (70-75%) de su sepulcro en el monasterio de Santes Creus, de donde fue extraído mediante una compleja y minuciosa operación que precisó de seis horas y casi medio centenar de personas. No parece que emane ningún olor del rey, y menos con mascarilla, pero los técnicos han percibido un tufillo "a florido".
Era muy alto: 1,73, muchísimo para los estándares de la época
El traslado de la semimomia se efectuó en un camión preparado al efecto y contó (un rey al fin) con escolta de los Mossos d'Esquadra. En el camino al centro donde se investiga, el cuerpo pasó por el hospital Joan XXIII de Tarragona donde se le hizo un TAC.
"Vivió como un rey", señaló ayer Marina Miquel, portavoz de los investigadores. No es una figura retórica: el primer análisis de los restos demuestra que Pere gozaba de una salud estupenda, nada habitual en el medioevo a no ser que, efectivamente, vivieras a cuerpo de rey. El Grande era muy alto: 1,73, que es muchísimo para los estándares de la época. Eso sí, había perdido un par de dientes.
Los restos, cubiertos por un tejido de lana, seguramente el hábito de monje cisterciense con el que las crónicas dicen que quiso enterrarse, están muy esqueletizados, pero el rey conserva piel en la cara y otros lugares, restos de musculatura y, posiblemente, algún órgano interno reseco. Sorprende que carece de pies: le fueron retirados al trasladarlo a su sepulcro definitivo porque el alto soberano no cabía en la bañera romana de pórfido que se utilizó como sarcófago. Están, los pies, recolocados entre las piernas.
Pere el Gran no fue enterrado con corona, vestiduras regias o cualquier otro símbolo de su condición. Tampoco con joyas ni armas. "No se ha encontrado", recalcan los investigadores, "ningún tesoro escondido". Sin embargo, se ha hallado un saquito con un mechón de cabellos, probablemente del propio rey, bajo el cuerpo. En el enterramiento no había ataúd: el rey fue colocado en la bañera sobre una plancha de madera que al ceder por el centro ha dado al cuerpo su aspecto doblado.
El rey regresará a su tumba a finales de junio y disfrutará de una ceremonia oficial de reenterramiento. Sin embargo, el estudio de la información que está proporcionando durará años. Está previsto elaborar una reconstrucción facial y extraer ADN que permitiría esclarecer algunos enigmas de su dinastía.
Babelia
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