"Paracuellos fue terrible, pero lo entiendo"
Alrededor de la ocho de la mañana del 7 de noviembre de 1936 llegaron a Paracuellos del Jarama, un pueblo próximo a Madrid, tres autobuses de los llamados "londinenses" (de dos pisos), acompañados de varios camiones repletos de milicianos. En una hondonada próxima al río, fueron bajando los viajeros de los autobuses: eran presos y estaban maniatados, y los milicianos los fueron matando, de grupo en grupo, con armas automáticas. El testimonio del hijo del alcalde comunista de Paracuellos, que tenía entonces 19 años, lo recoge Ian Gibson en Paracuellos. Cómo fue (Temas de Hoy), que hoy a las 11.30 presenta Santos Juliá en la Casa de América de Madrid.
El libro de Gibson (Dublín, 1939) apareció en 1983. "Y no he tocado en esta edición ni una sola coma", comenta. "Creo que uno de los valores de mi texto era el de haber sido escrito en un momento muy preciso, con las herramientas de las que entonces pude disponer y con las entrevistas que pude hacer, y cambiarlo ahora significaba ser desleal con el lector". Subtitulado La verdad objetiva sobre la matanza de presos en Madrid en 1936, Gibson se atrevió a hurgar en uno de los episodios más brutales de la represión republicana (no sólo los fusilamientos de Paracuellos, sino también los de Torrejón de Ardoz), y lo hizo acumulando versiones muy distintas e intentando ajustar, de la manera más precisa posible, la verdad de los acontecimientos.
"Hay muchas lagunas en la investigación que todavía hay que rellenar"
"No creo que el Gobierno de Largo Caballero autorizara los fusilamientos"
Pregunta. ¿Cómo explica semejante salvajada?
Respuesta. Fue algo terrible. El Gobierno acababa de salir hacia Valencia durante la tarde del 6 de noviembre, y no sólo existía un tremendo vacío de poder sino la sensación de que la ciudad se había dado por perdida. Madrid vivía unos momentos delicados con las tropas fascistas en sus puertas y con una Junta de Defensa que empezó a funcionar aquella noche en medio del desbarajuste. La cárcel Modelo estaba llena de prisioneros afines al otro bando, entre los que destacaban muchos oficiales, que inmediatamente podían ser liberados para incorporarse a las filas de los atacantes...
P. Así que decidieron liquidarlos...
R. Así es. Las bombas italianas y alemanas no dejaban de golpear la ciudad, y existía entre la gente un odio atroz hacia los que habían empezado la guerra. Esos generales que, como escribió Machado en un prólogo para un libro de Azaña que nunca se pudo publicar, habían cometido una "imprudencia incalificable". Pero no sólo era el odio. Era también el pánico, la brutal psicosis colectiva, y estaban las incendiarias charlas radiofónicas de Queipo de Llano, que se emitían en Sevilla pero se escuchaban en todas partes, y que contribuían a potenciar el terror por la fiereza de las tropas que estaban a punto de entrar en Madrid.
P. ¿No había ninguna autoridad capaz de imponer el orden?
R. Los paseos, los asesinatos, las checas, las venganzas... Todos los horrores que se desencadenaron en la zona republicana después del alzamiento, y que con todo lujo de detalles se pueden encontrar en la Causa General que el bando ganador elaboró para mostrar los crímenes de los rojos, no se empezaron a reprimir hasta muy tarde. De hecho, es la Junta de Defensa la primera que decide eliminar las checas de Madrid, pero esto llevó su tiempo. Sólo acababa de entrar en funciones.
P. ¿Quiénes fueron entonces los que animaron la masacre?
R. La única fuerza organizada en esos momentos en Madrid era el Partido Comunista, que incluso había reforzado su poder con la llegada de las armas y los consejeros rusos. No es fácil conocer toda la verdad, pero en aquel momento los asesores que llegaron de Moscú tenían un enorme prestigio y tenían la experiencia del terror rojo. Koltsov, que no sólo era un periodista que cubría la guerra sino que tenía línea directa con Stalin, fue el que sugirió que algo había que hacer con tantos oficiales del bando franquista, que representaban un peligro real con las tropas enemigas a 300 metros de la cárcel Modelo. Yo creo que hubo una orden de las autoridades republicanas para trasladar a los presos a Valencia. Pero en un momento de tantas carencias y tanto desorden, ¿cómo organizar una comitiva para que se llevara los presos? Era más fácil que los liquidaran. Y no creo que fuera difícil convencer a los milicianos. Paracuellos fue terrible, pero lo entiendo. El pánico era demasiado grande y el peligro de tener tantos oficiales enemigos dentro era indiscutible. Se les había dicho que se pasaran a los republicanos, y se negaron.
P. Se ha responsabilizado a Santiago Carrillo, consejero de Orden Público de la Junta de Defensa, de haber estado detrás de las matanzas.
R. Hay muchas lagunas en la investigación que todavía hay que rellenar. Sería necesario conocer minuto a minuto lo que pasó entre la salida del Gobierno del día 6 y los fusilamientos del 7 y el 8. Carrillo, que estrenaba su nuevo cargo en esas horas, sólo nombró delegado en la Dirección de Seguridad a Segundo Serrano Poncela el 8, a quien atribuye irregularidades posteriores. Es casi seguro, aunque no haya podido encontrar el documento que lo confirme, que Manuel Muñoz, director general de Seguridad, dejó un oficio antes de salir con el Gobierno para que trasladaran los presos a Valencia. No creo, en cualquier caso, que el ejecutivo de Largo Caballero autorizara los fusilamientos. La sed de venganza fue muy importante.Alrededor de la ocho de la mañana del 7 de noviembre de 1936 llegaron a Paracuellos del Jarama, un pueblo próximo a Madrid, tres autobuses de los llamados "londinenses" (de dos pisos), acompañados de varios camiones repletos de milicianos. En una hondonada próxima al río, fueron bajando los viajeros de los autobuses: eran presos y estaban maniatados, y los milicianos los fueron matando, de grupo en grupo, con armas automáticas. El testimonio del hijo del alcalde comunista de Paracuellos, que tenía entonces 19 años, lo recoge Ian Gibson en Paracuellos. Cómo fue (Temas de Hoy), que hoy a las 11.30 presenta Santos Juliá en la Casa de América de Madrid.
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