Pandereta sin charanga

El rescate del cine de la España de charanga y pandereta, que inició hace un año la primera película de Isabel Pantoja, Yo soy ésa, ha sido rentable. De ahí la legítima prolongación del negocio con un nuevo empujón, titulado El día que nací yo, a la imagen cinematográfica de la célebre tonadillera, que es también encarnación de un fetiche del erotismo popular español: el de la viuda sagrada, asunto oscuro y antiguo, que algún optimista creía para siempre archivado en el relicario de la nueva España.Si Yo soy ésa se limitaba a ser escaparate de canciones de Pantoja, El día que nací yo inserta estas canciones en un argumento enrevesado y afinado, destinado a que la tonadillera se manifieste como actriz y dé la impresión de que esta vez representa también a un personaje autónomo. Un profesional consumado de la escritura cinematográfica como Armiñán y un director de probado oficio como Olea se encargan de dar al cálculo apariencia de ficción y a la trampa aspecto de verdad. Si al sólido andamio que estos expertos cineastas levantan se añade que la cantante está arropada en la pantalla por intérpretes de la solvencia de Arturo Fernández, -recuérdese su réplica a Francisco Rabal en Truhanes- , de Amparo Rivelles, Miguel Rellán, Germán Cobos -capaces de hacer que viva un muerto- y, finalmente, de y Joaquim de Almeida, -que saca adelante su delicada función de otro, de réplica innombrable casi sacrílega, a las entretelas de aquel fondo de fetichismo erótico encubierto a que antes aludimos- se caerá en la cuenta de que el filme es un guiso urdido para hacer que parezca que la cantante (en pañales como actriz) actúa sin en realidad actuar, o haciéndolo con las espaldas tan bien guardadas que su simple presencia genere el espejismo de que interpreta sin. hacerlo.

El tono suave del filme, con pandereta pero sin charanga; la fotografía tenebrista, que exime al gesto de entrar en la dificultad de los matices; la facilidad y agilidad de los diálogos; todo ello contribuye a dar al artificio aspecto de arte y a hacer parecer espontáneo lo que en realidad es un amaño lleno de guiños y complicidades. Es El día que nací yo una película inteligente en el sentido menor e incluso peyorativo que la palabra inteligencia adquiere cuando alude a listeza y no a capacidad de creación, a talento. Y es, por ello, una obra engañosa: hace pasar con forma de algo lo que es nada o casi nada. Puede contribuir, y ojalá lo haga, a alargar el negocio de su hermana mayor. Pero su contribución al cine es nula.