Mirando pasar los trenes
En 1956, Gerd Oswald firmaba la adaptación de una novela de Ira Levin, A kiss before dying, con un reparto de lujo: Robert Wagner, Joanne Woodward, Jeffrey Hunter y Mary Astor, entre otros, protagonizaban un filme que tenía, además, fotografía del maestro Lucien Ballard, uno de los grandes operadores en color de los cincuenta y sesenta.James Dearden, el hijo del viejo cineasta británico Basil Dearden, director, escritor y guionista , se decidió 35 años después a dar un nuevo aire a la historia y, con el mismo título, ha rodado una película mimética: que parece norteamericana y, sin embargo, está íntegramente rodada en Gran Bretaña; que parece un homenaje a Hitchcock y sin embargo poco tiene de hitchcockiana; que parece respetar la estética de las producciones de los años cincuenta y, sin embargo, sólo lo hace convincentemente con la fotografía, que remite siempre con acierto a la estética de aquellos años.
Bésame antes de morir (A kiss hefore dying)
Director: James Dearden. Guión: J. Dearden, según una novela de Ira Levin. Fotografla: Mlke Southon. Música: Howard Shore. Producción: Initial Filins para Universal Pictures, Gran Bretaña-EE UU, 1991. Intérpretes: Matt Dillon, SeanYoung, Max von Sydow, James Russo Diane Ladd, Adam Horowitz, Shane Rimmer. Estreno en Barcelona: cines Alcázar y París.
Bésame antes de morir cuenta la historia de una obsesión, la que experimenta el joven Jonathan (impecable Dillon) por lo que se refiere al imperio industrial que encabeza el orgulloso Thor Carlsson, y en especial por ese mismo personaje, que le llevará a entablar relación con una de sus hijas... y a algo más sobre lo cual conviene callar.
De hecho, su obsesión, nacida de ver pasar los trenes de la poderosa empresa cuprífera de Carlsson, tiene un origen profundo: su padre le ha abandonado cuando era pequeño y en el industrial ve tanto la figura que puede cubrir esa ausencia como, en última instancia, el signo mismo de la opulencia y el poder. Pero eso, dicho así, no es más que el entramado de los motivos de una acción y un proceso deductivo que son, en el fondo, lo que realmente importa del filme.
La lectura de la novela de Levin que propone Dearden pone de manifiesto esa obsesión ya comentada; pero, en el fondo, y al no mantener el punto de vista en Dillon, sino en la siempre fascinante Sean Young, apunta más en la dirección deductiva que en la estrictamente psicológica, lo cual proporciona -y esto sí es HItchcock- pistas al respetable para que vaya estableciendo su propio itinerario para la narración. En esta elección, y en las propias bondades del original, está lo mejor de un filme que resulta bastante más sugestivo que la gran mayoría de sus homólogos que discurren por parecidos derroteros.
Claroscuro
La habilidad del guión y una trama bien construida son capaces, por una vez, de salvar incluso una puesta en escena en claroscuro, que igual acierta en algunos aspectos -por ejemplo, en la ya comentada capacidad de recrear la atmósfera de algunos filmes de los cincuenta, en algo que es más que un simple homenaje cinéfilo para convertirse en recurso estético de primer orden-, mientras fracasa en otros: las concesiones a la comercialidad tal y como hoy se concibe resultan bien poco estimulantes.Y a guisa de ejemplo, apuntemos uno: el asesinato de la chica -no sufra el lector, que no le adelantamos nada: se produce a los cinco minutos de empezar la película-, que Hitchcock resolvió en Vértigo con ejemplar maestría situando elpunto de vista no en el lugar en que cae el cuerpo, sino en el atribulado personaje de Jarnes Stewart, que lo ve caer por la ventana, Dearen lo resuelve, -es un decir- mostrando tremebunda caída, más el ruido del cuerpo al estrellarse contra el suelo, más el sanguinolento resultado final. Concesiones que sólo afean un filme que, más contenido, hubiera alcanzado logros todavía más estimables.
Babelia
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