Manuel y sus 'greatest hits'
Las antiguas leyes del género piden empezar por "la última vez". Fue en el Gijón (¿dónde, si no?), a las ocho de la tarde, después de la tertulia. Ya no iba a jugar al billar al Círculo. "Se me han olvidado las posturas, hijo mío, qué le vamos a hacer". No sé si se le olvidó también el póquer. Era un gran actor, pero también un jugador extraordinario. Un "ganancioso", decía: jugaba para ganar, y ganaba. "Es normal que entre los que van a divertirse y los que van a ganar, ganemos los últimos", repetía, un poco a la manera de Fernando, pero con su trémolo característico (a los directores les decía siempre: "¿Cómo lo quieres, con o sin trémolo?").
Greatest hits, espigados de una larguísima lista. 1) El angélico Mauro de Los jueves milagro, con los brazos en cruz junto a la vía. 2) El cuñado cojo de Plácido, gritando alborozado: "¡Esta noche comeremos comida moderna, como los americanos!". 3) El canalla provinciano de Calle Mayor, emprendiéndola a patadas ("¡De mí no se ríe nadie!") con una pianola rebelde. 4) El segador tenorio de La venganza, posiblemente su único trabajo como galán. 5) El señorito triunfador y automovilizado ("¡Vedlos ahí, siempre andando, desdeñando la mecánica!") de La vida por delante. 6) El pintor casi taoísta de Calabuch (y su homónimo de París-Tombuctú).
Era un gran actor pero también un jugador de póquer extraordinario
A los directores les decía: "¿Cómo lo quieres, con o sin trémolo?"
7) El barbero asesino, un Sweeney Todd manchego, de La boda: su único papel, que yo sepa, de malo, malísimo. (mi hermana tardó años en volver a ver otra película de Manuel Alexandre porque el recuerdo del barbero le aterrorizaba). 8) El portero rijoso ("¡Toma Natalio!") de Tamaño natural. 9) El marido que se suicida arrojándose al camión de la basura para que la familia no pueda cobrar el seguro en Duerme, duerme, mi amor.
10) El abuelo que todos hubiéramos deseado tener de El año de las luces. 11) El general autista de El ángel de la guarda. 12) El mejor Plácido Estupiñá que podía soñar Galdós para su Fortunata y Jacinta, en la serie de televisión.
Su papel favorito en teatro era el amigo desconcertado de Vamos a contar mentiras, porque el público lloraba de risa con él y porque la función duró dos años en el Beatriz.
La última vez que le vi en escena fue en el Centro Cultural de la Villa de Madrid (hoy Teatro Fernán-Gómez), haciendo Atraco a las tres y media, la adaptación de la película de Forqué, en el papel que en cine interpretaba José Orjas. La gente iba por el recuerdo de aquella película, pero sobre todo para verle a él, como quien se relame ante la última botella de una cosecha irrepetible: no debe quedar ya nadie de su quinta, la que estudió dicción con doña Carmen Seco. Escribí entonces: "Hay un término precioso de la vieja jerga teatral para calificar su trabajo: 'Está de cristalito'. Un actor está 'de cristalito' cuando transparenta, sin esfuerzo aparente, a su personaje; cuando nos hace ver su antes y su después aunque solo tenga dos escenas; cuando la verdad, esa verdad que solo se consigue con años y años de oficio, le sube a la cara; cuando hay una fragilidad y una delicadeza inmensa en su composición".
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