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Entrevista:JUAN MARICHAL | Historiador

'Peligra la libertad de conciencia'

Juan Cruz

Juan Marichal (Santa Cruz de Tenerife, 1922), el historiador que puso orden en las obras completas de Manuel Azaña; buscó en las raíces de la España liberal y esclarecida en El secreto de España (Taurus), libro con el que obtuvo el Premio Nacional de Historia en 1996; trabajó en la reconstrucción de la biografía de su paisano canario Juan Negrín, y enseñó literatura y pensamiento español en la universidad norteamericana de Harvard, cumplió el último sábado 80 años y lo hizo terminando un nuevo volumen de ensayos, El designio de Unamuno.

Exiliado desde la guerra hasta los años setenta, mira ahora la vida de su país con la esperanza de las transformaciones que son tangibles, pero con la preocupación del exceso de peso que sigue teniendo entre nosotros la Iglesia católica, que pone en peligro la libertad de conciencia. Éste es un resumen de la conversación que sostuvimos el domingo con él en su casa de Madrid.

'El fin de la vida, como decía Unamuno, es hacerse un alma'
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Pregunta. ¿Qué es El designio de Unamuno?

Respuesta. En Unamuno hay una unidad que se revela en cualquier cosa que Unamuno escribe y que se formula así en poemas y en ensayos y en otros escritos: 'El fin de la vida es hacerse un alma'. En ese sentido, puede decirse que Unamuno es un heterodoxo esencial puesto que la obligación humana individual es hacerse ese alma en formas casi infinitas. Por eso Unamuno no es creyente, a pesar de lo que diga, porque Unamuno ve el desarrollo del alma como el desarrollo de la vida, concluye con ella.

P. Ahora que cumple 80, ¿puede decir de qué está hecha su alma?

R. Mi alma está hecha, en primer lugar, por los demás; soy deudor de múltiples personas e instituciones que me han mantenido en el eje unamuniano de hacerse un alma. Y a lo que me lleva esa convicción es a la gratitud: qué sería yo sin personas como mi gran amigo Domingo Pérez Minik, el crítico canario ya fallecido, y de otras tantas personas que hicieron mi alma.

P. En El secreto de España, usted revivió momentos brillantes de nuestra libertad. ¿Cómo estamos ahora?

R. Hay una gran confusión, tanto en las ideas como en las conductas. En España hay una desmedida autocomplacencia; parece que los españoles que escriben o piensan estuvieran satisfechos de sí mismos; como si al levantarse se dijeran: qué bien España, qué bien ser español. Eso es lo más contrario a la inquietud permanente del ser humano que ve Unamuno en el espejo. En cuanto a la libertad, yo creo que la libertad fundamental es la de conciencia, ésa es la libertad del liberal y, desde mi punto de vista, tiene grandes fallos. Fíjese usted que cuando se toma posesión de algún cargo ante el Rey, ahí está el crucifijo, mostrando que la religión de España es la católica. Unamuno le dijo a Ortega, al final de un primer discurso en las Cortes republicanas de 1931, que España debía mantener la separación absoluta de la Iglesia y del Estado. Mi impresión actual es que España está totalmente dominada por la Iglesia católica hasta en sus más simples ritos. Lo dijo Unamuno también: mientras no haya un ministro que mantenga el principio de libertad de conciencia no se puede hablar de libertad en España.

P. ¿Cómo ve usted hoy la ascensión de los nacionalismos?

R. Son la peste de este siglo. Han destruido valiosas tradiciones; a pesar de lo que digan, conducen a la destrucción de la civilización occidental y probablemente de otras. El alma de la que habla Unamuno no puede ser nacionalista, porque ha de ser radicalmente individual.

P. Y en ese contexto, ¿cómo ve el patriotismo constitucional?

R. Es una contradicción en sí misma y es uno de los subterfugios que se emplean actualmente para engañar a la opinión pública. Patria representa la dignidad personal de todos los habitantes de un país que admiten limitaciones, pero que aceptan, desde luego, convivir según las normas usuales de la civilización. Patriotismo constitucional en ese sentido es una máscara. ¿Qué objetivo tiene? Me temo que sea una engañifa en la que no hay ni patria ni Constitución.

P. ¿No debe tocarse la Constitución?

R. En Estados Unidos se ha hecho una religión de no tocar la Constitución, y se justifica viendo la historia americana. En España convendría que durante cierto tiempo no se tocara, porque conviene arraigarla, pero, como toda institución humana, debe ser modificada.

P. Usted es republicano. ¿Cómo vislumbra en este país el porvenir de la República?

R. Creo que ser republicano significa ser patriota, ser más patriota en este momento que nunca. La actual situación demuestra que la Monarquía ha salvado las instituciones liberales, aunque con las salvedades de la libertad de conciencia. No ha habido por parte de los monarcas una declaración explícita de libertad de conciencia y sus actos están muchas veces marcados por la Iglesia católica.

P. Vivió usted muchos años de exilio en Estados Unidos. ¿Cómo ve ese país desde la distancia y tras el 11 de septiembre?

R. En Estados Unidos son miles de personas las que están preocupadas por todas las medidas opresoras del Gobierno federal actual. El Gobierno del presidente Bush es, en potencia, una amenaza para la libertad de conciencia, igual que lo son los Estados individuales de Estados Unidos donde se mantiene la pena de muerte. Esa amenaza es propia de un presidente determinado y no deja de ser similar a la que se percibió con la caza de brujas de McCarthy.

P. ¿Qué queda de aquella España esclarecida que se fue al exilio?

R. En este país queda lo que decía Francisco Ayala: la ambición de transformar profundamente España. No hay duda de que queda mucho por transformar aún. ¿Y lo que más rabia me da de la historia vivida? Mucho se perdió para siempre en la guerra catástrofe del 36-39. Lo realizado en las últimas décadas es notable y pienso con rabia en tantos españoles liberales que han muerto sin haber visto de nuevo la libertad como un modo de ser.

P. ¿Por qué nunca dice guerra civil?

R. No fue una guerra civil; no la hubiera habido si potencias extranjeras, y sobre todo Alemania, no hubieran ayudado a la catástrofe.

Juan Marichal, en su casa de Madrid.
Juan Marichal, en su casa de Madrid.CRISTÓBAL MANUEL

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