Lamentable Concha de Oro al exotismo críptico
Al recibir la delirante Concha de Oro concedida a Los pasos dobles escucho en la emocionada boca de la productora y del ufano director Isaki Lacuesta que el equipo que la llevó a cabo en Mali sufrió insolaciones, peligrosas picaduras de insectos, tormentas de arena, malaria y no sé cuántas desgracias más. Que se jugaron literalmente la vida. Y lamentas que el oficio o el arte de hacer películas exija a veces la tarea de los héroes, que los autores sean tan intrépidos y sacrificados como para enfrentarse a tales padecimientos a cambio de poder regalarle gozo, inquietudes, sentimientos y un universo insólito al amado público.
También añaden los responsables de Los pasos dobles que sus padecimientos han merecido la pena, ya que la mayoría del cine actual es aburrido y previsible. Y llevando el tal Lacuesta a extremos grotescos su certidumbre de que ha parido algo lírico, original y grandioso en medio de la generalizada mediocridad, asegura que si ustedes leen críticas sobre su película calificándola de ininteligible, no se lo crean. O sea, que los espectadores pasen por la taquilla para palpar la incuestionable verdad, que comprueben en primera persona la belleza de la criatura que ha engendrado Lacuesta.
'Los pasos dobles' no solo es ininteligible, también es aburrida y pretenciosa
Por su parte, Miquel Barceló ha enviado una nota exaltando el valor de las microminorías y los milagros que el arte puede lograr cuando se asocian los cineastas y los pintores. Igualmente ha resaltado la humanidad y la capacidad de resistencia del pueblo dogón, de gente que carece hasta de lo mas elemental.
No dudo del respeto y la solidaridad de Barceló hacia los habitantes de Mali ni de su amor a una tierra áspera que le ha inspirado la creación de pinturas fascinantes. Y quiero imaginar que El cuaderno de barro, el documental que ha hecho Lacuesta sobre el trabajo de Barceló allí, debe de ser notable, constatando la habilidad del director en ese género y el privilegio de que Barceló permita que una cámara filme su taller africano y sus relaciones con los nativos.
Aclarado mi interés inicial hacia lo que todavía no he visto y la perdurable hipnosis que me provoca la obra de Barceló, reclamo mi derecho a considerar que Los pasos dobles no solo es ininteligible, sino también vanamente pretenciosa, mortalmente aburrida, un fracaso narrativo en su intento de mezclar las leyendas y el realismo, un puzle caprichoso, un relato muerto sobre la odisea de un aventurero y artista que creó una especie de Capilla Sixtina en un búnker militar del desierto y lo hundió en la arena para que nadie pudiera destruir su creación, un retrato costumbrista de rituales y ceremonias de Mali que solo provoca indiferencia o tedio, una pseudopelícula en la que solo abandono la somnolencia en las breves secuencias que captan a Barceló pintando.
Y por supuesto, estoy de acuerdo con el director en que el veredicto lo otorgarán los espectadores cuando se estrene. Tampoco albergo dudas de que la espléndida actriz Frances McDormand, presidenta del jurado y presumible enamorada de Los pasos dobles, será consecuente en el futuro y se ofrecerá a trabajar incluso gratuitamente en las próximas y apasionantes ficciones de este director tan convencido de su excepcionalidad.
Los disparates en el palmarés no terminan con esta Concha de Oro. Deduzco que al prestigioso jurado también le preocupa mogollón la tragedia que está viviendo Grecia. Pero como las penas con distinciones artísticas se atenúan un poquito han decidido generosamente otorgarle el premio al mejor director y al mejor actor a los responsables de la película griega Mundo injusto, una trama en la que resulta arduo poder recordar algo, involuntariamente minimalista, que protagoniza un policía tolerante y humanista. Su distinción es heavy, ya que ha sido a costa de despreciar al director Enrique Urbizu y al actor Jose Coronado, firmantes del No habrá paz para los malvados, la mejor película que he visto en una sección competitiva que siendo piadosos se podría juzgar como tibia.
La actriz María León es lo único que me conmueve y me divierte en La voz dormida, una película que a pesar de su trágico argumento carece de alma, en la que casi todo resulta forzado o teatral. El cine del director japonés Hirokazu Kore-eda ha demostrado un profundo y sensible conocimiento de lo que ocurre en el cerebro y en el sentimiento de los niños. También dirigirlos muy bien. El premio que le han concedido al mejor guión imagino que le supone un débil consuelo. Y es divertida, humorística, tierna, creíble y en algún momento agria la visión de una gran familia que ofrece Julie Delpy en Le Skylab, una tragicomedia bastante aceptable.
Creo que el público que ha podido elegir lo que quería ver, incluyendo la magnífica selección que ofrecía la sección Zabaltegui o el largo ciclo del mejor cine negro que se ha realizado desde el año 90 hasta ahora, han disfrutado bastante más que los seguidores obligados o vocacionales de la sección oficial.
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