Forges entre las aulas
El chiste de Forges que se publicó ayer en este periódico lo dice casi todo. No todo pero casi todo. La viñeta retrata a un alumno del programa Erasmus que pregunta a un supuesto decano la fecha de los exámenes de primero de Filología Hispánica. Y el supuesto decano le contesta. "En pasando de porcima lo que es la Semana Santa; sinencambio sin llegando a lo que significa junio, o sá; pa mayo".
La exageración, propia de los chistes, hace más que elocuentes sus significados. En este caso, el significado del insignificante (o nefasto) papel que la Universidad desempeña en la formación del alumnado. Y ello, tanto por culpa del profesorado como del alumnado. Es decir, ¿por culpa de todos? ¿Todos culpables de este bochorno universal? Sartre, que no era benevolente en casi nada, decía de los participantes en coyunturas adversas: "Á moitié victimes, á moitié coupables, comme tout le monde".
La historia arrasa la oratoria y la lectura, impone el mensaje breve, la música pop y la imagen
Culpables y víctimas, todos a la vez y tanto en la Universidad como en la enseñanza media o en la primaria. Culpables y víctimas de un sistema de educación, unos programas y unos modos de formación caducos, tan desastrosos como el destartalado diálogo del chiste de Forges y tan grotesco como tratar, por ejemplo, que los chicos de primero de Bachillerato se aficionen a la lectura a través de estudiar El Lazarillo de Tormes, La Celestina o El buscón, llamado don Pablos.
El supuesto decano de la caricatura de Forges habla rematadamente mal, pero, ¿quién puede decir que lo hace de modo más enrevesado, según nuestro tiempo, a como lo hacen estos libros recomendados como modelos?
El alumno pierde interés por la lectura pero, a la vez, respeto por el maestro que le ordena asumir un argumento y un lenguaje del siglo XVII. Por su parte, el profesor frustrado suspende al alumno por no ser capaz de valorar los textos de una época como el Renacimiento o de otra denominada, nada menos, que la Edad de Oro.
El cisma es tan profundo entre el educador y el educando que el absentismo escolar debería considerarse un mixto.
Muchos profesores actuales, muchos de los mejores de nuestros intelectuales y escritores mayores de 50 años se obstinan ciegamente en que la cultura de verdad se halla en el pasado y no en este presente "bárbaro". Como consecuencia, en lugar de ponderar los elementos de una nueva cultura y del todo indiferentes a la posibilidad de que la cultura vigente sea cultura, aunque distinta, zanjan el asunto diagnosticando una terrible plaga de incultura.
¿Ignorancia o miedo a lo desconocido? Ciertamente hoy se habla mal y muy mal. Y se habla sobre todo pésimamente a como se hablaba a comienzos del siglo XX. Se habla mal en España respecto a como se habla en Colombia y se habla mal el castellano en la ciudad respecto a como todavía se habla en muchas aldeas de la nueva o la vieja Castilla.
Manuel de Lope, reciente autor de Azul sobre azul, sostiene que en los pueblos burgaleses se emplean diariamente, en el habla común, el doble de términos que en Madrid y no desbarra lo más mínimo. Andrés Berlanga escribió una novela, La gaznápira, cuyo verdadero y proteico protagonista era el bellísimo castellano de Labros en Guadalajara donde ahora quedarán apenas un par de familias.
La historia, sin embargo, no avanza en dirección a las aldeas ni a los modelos sociales, económicos y comunicativos de América Latina. La historia que se halla en marcha arrasa la oratoria y la lectura, impone el mensaje breve, la música pop y la imagen, desdeña el pensamiento en beneficio de la información y camina hacia la práctica y no a la teoría. Todas las agitaciones a favor de una Universidad apartada de la realidad productiva, todas las protestas contra Bolonia, inciden en el mismo pecado de vanidad. Es decir, "la Universidad como centro del saber por el saber", de la Torre de Marfil por el marfil, de la reverencia a las insignes figuras del pasado. Sabias figuras del pasado. Eficientes para su tiempo pero no para cualquier época. Y menos aún para la eternidad.
La extrema devoción que muchos de los profesores e intelectuales de hoy profesan por pensadores de hace dos, tres o cuatro siglos merece todos los respetos. Pero igual que los merece la grey religiosa que cree en la Biblia como el libro donde ya todo se ha dicho. De ese respeto casi bíblico no debe privárseles nunca a los maestros y catedráticos, pero de su tarea de educadores para el presente mañana mismo ya sería tarde.
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