"En España nos hemos acostumbrado a la devastación del fanatismo y a coquetear y chapotear en ella"
El escritor J.A. González Sainz, autor de 'Ojos que no ven', una novela sobre la barbarie terrorista y sus consecuencias elogiada de manera unánime por la crítica, se sincera en esta entrevista sobre su obra y la actualidad política española
J.A. González Sainz, (Soria, 1956) se define como alguien que tiende a la desmesura o la inhibición pero que huye siempre del término medio, algo que hemos podido comprobar en esta conversación a distancia desde la Italia en la que vive desde hace casi 30 años. El autor de Ojos que no ven (Anagrama) no se esconde a la hora de hablar del fanatismo de ETA y su entorno y de las connivencias que lo alimenta, critica una sociedad, la española, "encantada con sus buenismos y sus pusilanimidades" pero se muestra dispuesto a volver a España en cuanto se presente la ocasión, cansado de una Italia que se ha vuelto "insoportable".
La conversación gira también en torno a la literatura y la última obra de este "obseso de la precisión" que sabe que "la literatura está hecha de fracasos", una novela de la que Antonio Muñoz Molina ha dicho : "Termino Ojos que no ven en un cierto estado de sonambulismo y regreso a la primera página para fijarme con más cuidado en su meticulosa construcción".
El fanatismo ha hecho añicos la necesidad de veracidad sobre la que se basan las sociedades que mantienen aprecio por sí mismas
Ojos que no ven habla, entre otras cosas, sí, del fanatismo del nacionalismo y el terrorismo del País Vasco, pero sobre todo habla del regreso de la violencia y el fanatismo en la Historia y en la historia de una familia
Dice bien Muñoz Molina que las drogas y las ideologías supusieron para nuestras generaciones una promesa subyugadora, la promesa de, vamos a decir si me permite, "la hostia"
La novela habla de la condena —tan olvidada— a la emigración interior a la que fueron sometidas tantas gentes en España, tantos "humildes ganapanes"
La novela se centra en la tragedia del hombre justo y del lenguaje, la tragedia de la integridad silenciosa, del hombre que al cabo se echa las culpas también por su silencio
La literatura está hecha de fracasos, de no llegar, de naufragios, de intentar arrimarse más a las cosas y los hechos, desde otro ángulo, a otra luz
Quien no vuelve, quien no vuelve sobre las cosas o sobre lo vivido, tal vez llegue muy lejos, pero se habrá olvidado en el camino algo fundamental
El desprecio al nuevo y diferente (y la fascinación por quien nos persigue y humilla) debe de estar más arraigado de lo que una sociedad encantada con sus buenismos, sus pusilanimidades y sus bonituras como la nuestra está dispuesta a creer
PREGUNTA: ¿Por qué una historia sobre el entorno terrorista y los efectos devastadores del fanatismo y la indiferencia, de los que "hacen como que no va con ellos?
RESPUESTA: Los motivos ya los ha mencionado usted: los efectos que ocasiona el fanatismo, por un lado, y, complementariamente, la indiferencia o el miedo ante él por otro (el no ver todo más que de una sola forma siempre, por un lado, y el no querer ver de ninguna forma nada por otro), son, en cualquier latitud, en cualquier tiempo y ante cualquier cuestión devastadores. Pero la cuestión es que lo son en nuestra misma España de todos estos años de atrás y de hoy mismo, donde nos hemos acostumbrado a la devastación, física y también pasional e intelectual, que ocasiona el fanatismo como si fuera lo más natural del mundo. Nos hemos hecho a convivir con esa devastación, pero también a coquetear con ella, a chapotear en ella, a sacarle réditos políticos también. Debajo de toda esa costra de podredumbre moral, sentimental y política no puede sino supurar una mala herida purulenta e infectada.
Y devastadores, como usted dice, no es una palabra cualquiera; quiere decir que han arrasado, que han allanado, que han envilecido y maleado los sentimientos, las representaciones e inteligencias y han generado un proceso de formación de voluntades adosadas a ese allanamiento moral y político que es con lo que nos tenemos que ver.
P:¿A qué se debe que en Ojos que no ven no haya prácticamente de referencias temporales o espaciales?
R:No estoy de acuerdo en que no haya referencias temporales o espaciales a todo ello. Las hay, pero son mínimas, aunque las mínimas para que cualquier lector, por lo menos de nuestro país, pueda identificar en seguida sin vacilaciones de qué y de dónde se trata. Pero que haya muy pocas, aunque suficientes, obedece a una estrategia clara que tiene que ver con los temas profundos y con la modalidad específica de la escritura del libro. Ojos que no ven habla, entre otras cosas, sí, del fanatismo del nacionalismo y el terrorismo del País Vasco, pero sobre todo habla del regreso de la violencia y el fanatismo en la Historia y en la historia de una familia; y habla de la difícil pervivencia del hombre justo, del hombre sencillo, moral e íntegro donde los haya, cuya integridad y justicia mismas sin embargo constituyen también su peor peligro. Ojos que no ven profundiza fundamentalmente la tragedia interior del justo, sus paraísos, sus caminos exteriores e interiores, sus subidas al calvario, sus descensos a los infiernos personales, los filos de sus desfiladeros.
La novela es, por otro lado, con todas las de la ley una novela breve. No sólo comparada con mis otras novelas anteriores, más bien copiosas, sino que está pensada desde el inicio como novela breve para que encajaran a sus anchas, se condensaran y proyectaran significado una densa serie de resonancias: de la fábula y el apólogo a la tragedia clásica, al relato bíblico...
Y es en ese marco donde hay que entender que la historia es una historia ciertamente localizable, referenciable, una historia que habla en efecto de ETA, del País Vasco, de asesinatos o lugares que si se quiere se pueden llegar a rastrear; de la condena tan olvidada a la emigración interior a la que fueron sometidas tantas gentes en España, tantos "humildes ganapanes" obligados a abandonar sus tierras de los que hablaba Machado.
Tema de fondo pues y prosa, con sus reiteraciones y motivos, con sus símbolos y proyecciones, obedecen a un mismo objetivo narrativo: el ir y volver en el camino de la vida, del trabajo a casa, de casa al trabajo, del sur al norte, del norte al sur o al centro, de los paraísos a los infiernos, de la integridad a la ignominia siempre al filo y de la esperanza a la desesperación y a la inversa, de arriba abajo siempre al filo. Muñoz Molina en EL PAÍS, entre otros, o Claudio Magris, que llega a hablar de que "el regreso es el sentido" en el Corriere della Sera, lo han visto muy bien entre muchos otros.
P:Ahora que hay un nuevo alto el fuego de ETA ¿Existe el riesgo de que se olvide el dolor de las víctimas indirectas, que no han muerto, que no han sido secuestrados, pero que sí han sufrido la presión asfixiante de un mundo fanatizado?
R:Por el momento, lo que todos sabemos es que tenemos sólo un comunicado de una encapuchada flanqueada por otros dos enjaezados también al modo de un Klu Klus Klan con boina. Por lo tanto lo que tenemos ?que se sepa? es un conjunto de palabras y a ello me remito. Y lo que hay es esto: un ejercicio repulsivo del lenguaje, de la falacia, del eufemismo, de la mendacidad permanente, de la torticería y el piñón fijo del fanatismo, de la inversión de significados, de un erre que erre conceptual insostenible, del tomar unas cosas por otras, un manoseo repugnante de la palabra democracia que pronuncian continuamente y la dejan sin ningún valor semántico compartible
Respecto a las víctimas o a los allegados de ellas, me permito decir ahora sólo una cosa al vuelo. Este verano, en unos actos de la Fundación Fernando Buesa, concluí mi intervención recordando el Filoctetes de Sófocles: para ganar su guerra, la sociedad ateniense necesitó que algo que custodiaba una víctima y la víctima misma, junto a quien lo había tratado con genuino respeto humano el hijo de Aquiles en la tragedia de Sófocles y no el avispado Ulises que quería instrumentalizar a la víctima, debían de estar en el centro mismo de la batalla: ése es el lugar que les corresponde a las víctimas, nunca a los victimistas, y ésa creo que es la necesidad que la sociedad tiene de la víctima y, todos, de un nuevo inicio.
P:¿La sociedad será capaz de compensar a los que han sufrido los efectos de, y cito textual, "el más vil de todos los mejunjes, el que confunde a la víctima con el culpable y le da a uno el trato y la consideración del otro"?
R:El asesinato de alguien es, ante toda evidencia, incompensable. Ni todo el oro del mundo, ni todo el peso de la ley, ni toda la consideración social ni el bienestar o el bien ir tirando de sus allegados puede compensar la pérdida de un familiar. Nada. Aún así cabría una forma de compensación por parte de los implicados en los crímenes y en la gestión y vitoreo de los crímenes, una forma de compensación si no a las víctimas, sí a la sociedad de la que formaban parte y defendían, y sería por supuesto que no se volvieran a repetir.
P:Decía Muñoz Molina en el elogio a su novela que usted, como él, pertenece a una generación que vivió una época en la que "las drogas y las ideologías vinieron como promesas subyugadoras de una libertad más allá de cualquier límite" y cuyos efectos se vieron después en los ochenta. Sin embargo, en el resto de Europa todos esos radicalismos que acompañaron a ETA en su día han quedado en el olvido o reducidos a su mínima expresión ¿A qué cree que se debe particularidad del caso español?
Las promesas, ay las promesas, las recompensas, la promesa de "la tierra prometida" más allá de "la travesía del desierto", la recompensa del poder en la Ínsula Barataria... Son motivos fundamentales del vivir humano y así los ha recogido y elaborado la gran literatura, los grandes relatos desde la Biblia y el Quijote. Son útiles a veces, por qué no, pero hay que saber manejarlos, como los cuchillos, para no cortarse luego con ellos.
Dice bien Muñoz Molina que las drogas y las ideologías supusieron para nuestras generaciones una promesa subyugadora, la promesa de, vamos a decir si me permite, "la hostia" sin límites, la "caraba" del deseo sin límites como motor además de la Historia y de nuestra historia personal. El mundo podía ser "la hostia" y no esa porquería que era o contribuíamos a hacer que fuera. Y no nos íbamos a conformar con nada que no fuese esa comunión, que creíamos política o vital y era religiosa en el peor sentido. Las ideologías duras, la droga dura también como realidad e ideología, galvanizaron y usurparon todavía para nuestra generación, con lo que llevábamos de siglo y había ya llovido en ese sentido, que no era poco ni poco terrible, las preocupaciones de mucha gente por mejorar la vida, por la justicia y la dignidad. Suplantaron, además de dar cabida a esos buenos sentimientos e intenciones, al verdadero pensamiento, al pensar y seguir pensando sin ataduras ni muletas ni comodidades y lo sustituyeron por píldoras y dogma.
En la mayor parte de Europa es verdad que parece que han tenido más suerte o han sido más listos en percibir lo que parece más conveniente en general o en despertar antes de bonitas ínfulas, más o menos persuasivos menús lingüísticos o sueñecitos más o menos totalitarios, y esos radicalismos dejaron ya de existir, a no ser en su mínima expresión, hace décadas. En España creo que hemos tenido la desgracia de que esos radicalismos en sus últimos y fanáticos coletazos se entreveraran con el nacionalismo presentándose ambos en sociedad con otro perfume más equívoco. Ese injerto de radicalismo de izquierdas y nacionalismo, de dispositivos que hacen de la democracia un uso meramente retórico e instrumental en el mejor de los casos, ha sido, en mi opinión, muy nocivo.
P:Dice el protagonista de Ojos que no ven cuando se da cuenta de lo que se ha convertido su hijo: "Hubiera querido decirle muchas cosas, o tal vez sólo hubiera podido decirle muchas cosas". Los silencios marcan la novela y la vida del protagonista y la relación con su entorno, con su hijo mayor y su mujer Asun. ¿Lo no dicho es tan importante como lo que se dice?
Sí, la forma profunda de decir que tiene el silencio cuando todo chilla, berrea, disparata. La forma profunda de decir que es hacer o intentar hacer en silencio lo que es justo y cabal al margen de las retóricas, de los miedos por no empuñar lenguajes o relatos vencedores, de las palabras engañosas, de las palabras averiadas de tan dichas para decir una cosa y la contraria.
Claro que ese callar no siempre es decisión, clarividencia, fuerza, magnanimidad, espíritu, sino también víctima de las prácticas que hacen callar, de las prácticas sociales, políticas, familiares, lingüísticas... que obligan a cerrar la boca. Ésa es en parte la tragedia de ese hombre íntegro en que se centra la novela, la tragedia del justo y del lenguaje, la tragedia de la integridad silenciosa, del hombre que al cabo se echa las culpas también por su silencio, por no haber sido y dicho e intervenido más. En el fondo toda la novela tiene ahí, en torno al silencio y la manipulación de las palabras, su eje trágico.
P:Su novela habla del desprecio, al diferente, al nuevo, que genera en algunos casos una reacción inversa, de fascinación por los postulados radicales del que nos discrimina. ¿De qué se alimenta ese mecanismo de acción- reacción?
R:Debe de estar más radicado el desprecio al nuevo y diferente (y la fascinación por quien nos persigue y humilla) de lo que una sociedad encantada con sus buenismos, sus pusilanimidades y sus bonituras como la nuestra está dispuesta a creer, y, por supuesto, más radicada todavía la fascinación y el papanatismo ante la radicalidad y, también, ante el buenismo.
P:Ojos que no ven está lleno de símbolos y se utiliza un lenguaje en ocasiones alegórico. Así funciona, por ejemplo, el camino al que el protagonista vuelve una y otra vez ¿En qué momento se da cuenta de que es la mejor manera de contar la historia?
R:Desde el principio fue ése mi intento. Dar, en una novela breve donde ello tuviera la resonancia adecuada, unas pinceladas argumentales fuertes, sin asomo además de postmodernismo ni ambigüedad obligatoria, y elaborar una prosa densa de significados en torno a la tragedia interior de un hombre justo en la que encontraran juego y resonancias las muchas bazas y aperturas simbólicas y alegóricas con las que se construye el relato. Que la simple lectura argumental pudiera ir acompañada de resonancias bíblicas, trágicas, alegóricas, ir abriéndose continuamente en los símbolos y dejando que respirara simbólicamente la prosa, sus descripciones y meditaciones. Dejarse llevar, respirar y acompañar por ello creo que puede ser la mejor forma de leer Ojos que no ven, de coger mejor lo que se brinda en la novela.
El camino en efecto que recorre el protagonista es un camino concreto, muy concreto (y como todo en la novela doble, dialéctico), pero es también el camino de la vida de los hombres, una vuelta al símbolo clásico, y todo lo que le acecha en él y le sale al encuentro física y mentalmente en su recorrido tiene que ver con esa apertura de significado.
P: Su anterior obra, Volver al mundo, es una novela de regresos, de vuelta al pasado, a los pasados de cada uno y a los de una generación. En Ojos que no ven el protagonista también vuelve, 20 años después, a su lugar de origen, del que, según él mismo, quizás nunca debería haber salido. ¿Por qué esa insistencia en recuperar el pasado, en volver sobre los pasos dados?
R:El nostos, el regreso, es una de las estructuras fundamentales de la literatura desde Homero. "El que no vuelve, ¿dice la verdad?", reza un verso estupendo de Ignacio Gómez de Liaño. Volver pues es un intento de decir; el decir mismo es una vuelta a las cosas, para que no se queden en meras cosas ahí. La novela es el mundo por excelencia del regreso y la consideración, de la posibilidad y el tropiezo, de la conciencia movediza, escurridiza, frágil y sembrada de añagazas. Quien no vuelve, quien no vuelve sobre las cosas o sobre lo vivido, tal vez llegue muy lejos, pero se habrá olvidado en el camino algo fundamental: habrá ido sin él, y ni siquiera podrá encontrarse solo.
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