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Tribuna
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Envejecer en la pantalla

El cine envejece mal porque teme a los ancianos. Lillian Gish bromea sobre ello en su autobiografía, al contar que "cuando empecé en el cine, Lionel Barrymore interpretaba en un papel a mi abuelo. Cuando volvimos a coincidir era mi padre, y poco tiempo después ya era mi hermano. Si él. hubiese vivido lo suficiente, yo habría acabado por ser su madre: eso es Hollywood. Los hombres son cada vez más jóvenes y las mujeres cada vez más viejas". Se olvidó de decir que cuando se las considera demasiado viejas para ser abuelas o madres creíbles de actrices con la piel estirada por siete operaciones, se las encierra en el olvido de las enciclopedias.En 1978 Lillian Gish reaparecio en una película de Robert Altman, Un día de boda, en la que encarnaba a una millonaria moribunda que nunca se levantaba de la cama. Conservaba la misma mirada que Griffith hizo famosa. Su piel era tan de porcelana como cuando Mitchum la conoció, y seguía llevando el pelo largo. Se trataba de una comedia y la muerte, su muerte en la pantalla, era esperada y desempeñaba una función cómica en el film. Pero Lillian Gish , que ya tenía entonces 82 años, sobrevivió al juego con su imagen que proponía Altman y aún tuvimos ocasión de verla, por última vez, mediados los ochenta, junto a Bette Davis, en una cinta de Lindsay Anderson, en la que las dos grandísimas y veteranísimas actrices eran dos hermanas que vivían en la costa irlandesa, esperando ver pasar las ballenas.

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La última superviviente del cine mudo

La película pasó desapercibida porque su carácter crepuscular, sincero aunque expresado sin especial virtuosismo, era insoportable para unas plateas adolescentes que, como nuestras ciudades, tienen su propia manera de ocultar la muerte. Ahora hay que hacerla risible o negarla a base de multiplicarla, demostrarla de manera aparatosa, sangrienta. Antes se optaba por la elípsis, ahora por la desvisceración.

En el cine mueren mucho más jóvenes que ancianos. A los actores, como a los directores, se les jubila a la fuerza. A Billy Wilder no le dejan dirigir y a Lillian Gish, que en los sesenta encontró trabajo en la televisión, ya intentaron mandarla al asilo en 1970, a través de un Oscar al conjunto de su carrera.

No había papeles para Lillian Gish, porque ella era una superviviente en una industria que progresa a base de negarse a sí misma.

Su rostro arrugado era inaceptable para la gran mayoría de espectadores. No queremos recordarla meciendo la cuna de Intolerancia no queremos admitir que el cine nació con ella y que con ella alcanzó su primera edad de oro, hoy recubierta por una capa de olvido más gruesa que la de lava que recubrió Pompeya.

Pero Lillian Gish sobrevivió a ese olvido, renació varias veces, hablando, en color, ya viejecita, guardando siempre esa mirada clara capaz de atravesar cualquier objetivo.

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