Chaves Nogales, a pie de trinchera
Rescatadas las crónicas inéditas del mítico reportero sobre la defensa de Madrid - Se centran en la figura del general Miaja, abandonado a su suerte por la República
El tramo infinito que suele existir entre los despachos de los mandos militares y las trincheras es algo que tan solo está en las botas de unos pocos elegidos. De algunos generales con arrojo, coraje y decencia como Miaja. Y de periodistas insólitos, geniales y rigurosos, como fue Manuel Chaves Nogales. Uno se erigió en protagonista de la defensa de Madrid durante la guerra; el otro lo contó. Y aquel episodio fundamental para entender uno de los tramos más dramáticos de la contienda aparece ahora editado por Renacimiento, en un libro con aquellas crónicas recuperadas y otro volumen con escritos sobre la Guerra Civil, hasta ahora desconocidos en España.
"Es un libro que quema entre las manos", escribe Antonio Muñoz Molina en el prólogo de La defensa de Madrid. Estamos ante la mejor crónica jamás escrita sobre la capital asediada junto a las de Arturo Barea y Max Aub, a juicio del escritor. Una crónica perdida en las hemerotecas ya que fue publicada con una apresurada traducción -a cargo de Luis de Baeza, corresponsal de Ahora, en Londres- en el Evening Standard y en español en la revista Sucesos para todos, de México.
"Es un libro que quema entre las manos", escribe Muñoz Molina
Revolucionario del oficio, inventó antes que Capote el nuevo periodismo
Nada más. Hasta ahora. Y resulta sorprendente. Es una obra desconocida, nunca editada en libro, pese a la coherencia de su relato cerrado, con principio trágico y, paradojas de la vida, final feliz... Acaba el día en que comienza a ser efectiva la resistencia, allá por noviembre de 1936.
Es también el testimonio de los inocentes y el retrato de los culpables trazado por un periodista lúcido y comprometido que acabó sus días en Londres en 1942, aquejado de una peritonitis.
¿Dónde estaba Chaves Nogales cuando estalló la guerra? Su periplo fue un misterio. Pero Maribel Cintas, su gran biógrafa y estudiosa, cree que no salió tan pronto de Madrid como se creía. "O que sí lo hizo, como relataron, y luego regresó", afirma.
La información, los detalles y las descripciones de las calles y sobre todo del búnker -la antigua capitanía general- desde donde Miaja dirigía la defensa son tan nítidas, tan cristalinas, que solo pudo haberlas conseguido de primera mano. "Creo que estuvo encerrado allí unos cuantos días. No solo por el rigor que traslucen las crónicas, sino por el retrato tan humano y cercano que hace de Miaja".
El general, abandonado a su suerte por el Gobierno de la República huido a Valencia, es una de las claves del libro. Supone toda una reivindicación de su figura. "Un triste personaje, un superviviente, un ser anacrónico que no sabe aún por qué está allí y por qué está aún vivo si sigue allí", narra el periodista.
Lo trata como a un héroe enfrentado a los elementos. Su retrato es el de un hombre bueno, cabal, directo y valiente. Un hombre sin miedo a la verdad, como demuestran los telegramas que envía. Un ejemplo: ante el requerimiento por cable de que manden la vajilla a los ministros escondidos en Valencia, Miaja se niega y responde: "Aquí también comemos".
Hasta ahí llega la información del reportero. Tiene que ser directa, aunque también con fuentes más que fiables. "Como su hermano Juan Arcadio, que trabajó para Miaja en aquellos días", comenta Cintas. Días de tensiones y caos, de bombardeos, asedios y deserciones a mansalva que el propio Miaja se encargó de frenar con su presencia, pistola en mano, en las trincheras al grito de: "¡Necesitamos hombres que sepan morir!".
El tono de las crónicas es tan vivo, tan moderno, tan analítico y épico al tiempo que arrastra a la lectura. Pero no solo con los mecanismos de la tensión, sino también por la distensión que le da un sentido del humor tan deudor de Jardiel Poncela, de Mihura y de los hermanos Marx como precursor de Gila, Berlanga y Azcona. "Siempre que aparecen aviones en el cielo de Madrid hay un grupo de madrileños que se queda en las esquinas siguiendo con la vista sus evoluciones con la esperanza de que sean de la República y no de los franquistas:
-¡Son nuestros, son nuestros!-grita un optimista.
-¡Qué van a ser nuestros, si son seis!".
Es el Chaves Nogales insólito, magistral y visionario, revolucionario de los géneros y del oficio, inventor del nuevo periodismo treinta años antes que Truman Capote. El Chaves Nogales de sus grandes obras, el de El maestro Juan Martínez que estaba allí, Juan Belmonte, matador de toros, La agonía de Francia o A sangre y fuego, que junto con estas crónicas de la guerra conforman una obra fundamental para entender la España en llamas que aterró a este, según su propia descripción, "pequeño burgués liberal".
Fue un testigo moderado de su tiempo, que quiso prevenir la tragedia que engendraban los totalitarismos por haberlos sufrido en sus viajes. Un enemigo acérrimo de fascismos y comunismos a quien no le dolían prendas en criticar las divisiones y las disputas estériles de los suyos y describir la mejor organización del ejército rebelde. Tan elegante y tan demoledor. Capaz de destruir con el relato de una acción en una frase el seso de políticos absurdos y militares despistados.
Pero sobre todo fue un hombre comprometido hasta el fin con los ideales, la legalidad de la República y el destino de los inocentes que pagaron el baño de sangre: "Ese hombre de España que ha sido asesinado por el comunismo o por el fascismo, es lo único respetable de esta guerra estúpida".
Galería de joyas
- Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos es el titular del primer libro de Manuel Chaves Nogales (1920). Le siguieron, entre otras, Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931) y El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934). Un año después salió a la venta Juan Belmonte, matador de toros. En 1937 editó su obra más famosa, los relatos de A sangre y fuego (1937). En 1941 en La agonía de Francia narró el drama de la ocupación nazi.
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