Canto a sí mismo
"Odio cuanto no está en mí", afirmó en una ocasión Norman Mailer, resumiendo en una frase el sentido de su obra, y es cierto, de un modo u otro, que a lo largo de su vida no hizo otra cosa que escribir acerca de sí mismo, sólo que al hacerlo, y en eso radica su grandeza, nos brindó uno de los retratos más lúcidos del país en el que le tocó nacer. Necesitaba contrincantes. Gracias a Truman Capote, escribió La canción del verdugo, una de sus mejores obras. Aguijoneado por el éxito de A sangre fría, no paró hasta darle respuesta. Hablando del tratamiento que daba al sexo, Gore Vidal, con quien mantuvo una rivalidad sin tregua, situó a Mailer en un punto equidistante entre Henry Miller y Charles Manson. Era el tipo de ataque que hacía que Mailer sacara a relucir sus mejores armas. Cuando la crítica se ensañó con Noches ancestrales, en la que había invertido 11 años de trabajo, pagó un anuncio a toda página en los principales periódicos, yuxtaponiendo las reacciones vitriólicas a su obra con los comentarios negativos que suscitó la publicación de Moby Dick, Ana Karenina, Hojas de hierba y Las flores del mal. La comparación con Hemingway, el otro protomacho de las letras americanas, arroja resultados interesantes. A los dos les fascinaba la acción, el peligro y las manifestaciones más brutales del mundo natural, pero los separaba el abismo del estilo. Hemingway fue un maestro de la brevedad y la contención. En Mailer la desmesura podía alcanzar proporciones épicas. Pero es en Whitman, sorprendentemente, donde hay que buscar algunas de las claves más profundas de su manera de entender la escritura. Mailer compartía con el autor de Hojas de hierba la entronización de la idea americana de la democracia como ideal único de lo que debe ser la literatura. Toda la obra de Mailer no es más que un gigantesco canto a mí mismo. Es esta dimensión lo que redime y da sentido a su trabajo, porque al bucear dentro de su ser nos facilitó el acceso a las claves más íntimas del individualismo americano y al sustrato mítico en el que se sustenta aquella sociedad.
Para Mailer escribir era un deber cívico. La misión del escritor americano debía ser aclarar la visión que tenían de sí mismos los Estados Unidos, a los que consideraba imperiosamente necesitados de una regeneración ética. Agudo comentarista de movimientos civiles, protestas antibélicas, asesinatos políticos y elecciones presidenciales en una época convulsa, Mailer diagnosticó despiadadamente las imperfecciones, contradicciones y defectos de la sociedad en que nació, de la que fue un reflejo extraordinariamente fiel. Aunque fue enormemente crítico con su Gobierno, siempre creyó en las virtudes de su país.
Fue provocativo, irregular y desmesurado en su vida y en su obra. Se casó seis veces, apuñaló a una de sus mujeres, organizó manifestaciones gigantescas, fue detenido en varias ocasiones. Condenó sin paliativos las guerras de Vietnam e Irak, pero apoyó la guerra del Golfo, aduciendo que cuando un país atraviesa un mal momento, le puede sentar bien una guerra. Se presentó a las elecciones municipales, proponiendo la independencia de Nueva York. Fundó y bautizó uno de periódicos más emblemáticos de la ciudad, el Village Voice. Era un mito y el público lo adoraba. Matthew Barney lo inmortalizó en el ciclo de Cremaster, dándole el mismo tratamiento que a Ursula Andress.
Escribió acerca de figuras míticas como John Fitzgerald Kennedy, Cassius Clay, Marilyn Monroe, Pablo Picasso, Henry Miller, Lee Harvey Oswald o el asesino Gary Gilmore porque se sentía próximo a ellos y quería desentrañar el misterio que encerraban vidas tan distintas entre sí, pero no eran biografías al uso. Incapaz de mantenerse al margen de sí mismo durante demasiado tiempo, interpelaba sin contemplaciones a sus biografiados. "En el fondo", razonó al respecto, "un héroe es un hombre a quien le gusta discutir con los dioses, y para cumplir bien con su cometido despierta a los demonios, a quienes pide ayuda para que le den argumentos que contrarresten la visión divina". En El Evangelio según el Hijo, eligió como interlocutor a Jesucristo. Diez años después, cerca ya del final de su vida, escribió un volumen complementario, El castillo en el bosque, novela protagonizada por el joven Hitler, cuyo narrador es un demonio. A las puertas mismas de la muerte le dio tiempo a escribir Una conversación inusual con Dios. No estaba muy seguro de su existencia, pero a aquellas alturas era el único contrincante válido que le quedaba.
Babelia
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