A Ben Affleck, al menos, se le entiende
Veo que el press book de The town lo ilustra un fotograma en el que observas a unos tipos disfrazados de monjas que están atracando un banco. Empiezo a entusiasmarme. Poco después escucho el comentario de varias personas que ya la han visto asegurando que se trata de una policiaca más, muy poca cosa, entretenida. Lo último lo pronuncian con desdén. Y ya no dudo de que lo que me espera huele a lujo.
Asistir en la Mostra a una película en la que te cuentan cosas entendibles y que ofrecen diversión es algo comparable a encontrar agua en el desierto. Dada su intrascendencia intelectual, se proyecta fuera de concurso y efectivamente me hace pasar un buen rato, aspiración básica cada vez que me meto en un cine, pero algo anatemizado en pretendidos templos de la cultura como la Mostra.
En 'The town' el modelo de inspiración es 'Heat': palabras mayores
La dirige Ben Affleck, actor que me parecía entre inexpresivo y patético hasta su excelente trabajo en Hollywoodland, encarnando a George Reeves, el actor que encarnaba a Superman en una serie de televisión y que fue asesinado por razones inicialmente indescifrables. Affleck también demostró posteriormente ser un director potente con su opera prima Adiós pequeña adiós, perturbadora indagación en la siempre tenebrosa pederastia. En The town, el modelo cinematográfico de Affleck es Heat, lo cual equivale a palabras mayores, ya que se trata de una de las mejores películas del género negro en la historia del cine, la lucha entre un policía amargado y el jefe de una banda de atracadores, dos personajes alarmantemente parecidos en su personalidad y en su profesionalidad. También supone la última vez en la que Pacino y Robert de Niro han estado a la altura de su legendario talento.
The town, ambientada en Boston, ciudad que ya nos resulta familiar a los que amamos las novelas de Dennis Lehane, ya que todas se desarrollan en ese escenario, describe la relación sentimental entre un gánster y la directora de un banco que saqueó y a la que mantuvo como rehén, algo que ella ignora, ya que sus secuestradores se ocultaban con caretas. Retrata con lenguaje emotivo y espectaculares secuencias de acción los códigos de fidelidad entre delincuentes que han crecido juntos, la dificultad para abandonar unos ancestros violentos que han condicionado la existencia, la partida de ajedrez entre el cazador que representa a la ley y su subversiva y escurridiza presa.
No llega a la profundidad dramática, el aliento lírico, el rico catálogo de personajes y la fuerza
narrativa de Heat, pero frecuentemente te recuerda su argumento y su tono, lo cual dice cosas meritorias de los gustos de Affleck. La visión de esta película en condiciones normales tal vez no suponga un descubrimiento gozoso, pero disfrutarla en medio de este sombrío panorama ofrece un poco de alivio.
Sin embargo, tengo la sensación de que llevo una semana entera sin despegar la vista de una enfática, previsible y mediocre serie de televisión con el aburrido lenguaje de plano y contraplano que utilizan las insoportables tres horas y media de duración de la italiana Noi credevamo, ambientada en el Resurgimiento italiano. Ya sé que El gatopardo también hablaba de esa problemática, pero el parentesco artístico con esta termina ahí. También resultan mortalmente tediosos los 160 minutos de Venus negra, dirigida por Abdellatif Kechiche, que describe la tragedia de una mujer negra y obesa a la que explotan como fenómeno de feria a través de Europa. Posteriormente su exotismo será apreciado en la perversión de los burdeles caros y luego llegará la degradación absoluta. Su narrativa es muy plana, todo suena a repetición. La denuncia sobre la humillación de ese personaje trágico no está acompañada por el talento.
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