Billy, Hoffman y Vivaldi
Desde que cierta moda consagró con éxito, hace años, la presencia de los niños en el cine, ésta se ha ido afirmando como pieza fundamental de melodramas desde nuevas versiones aún hoy en pantalla hasta nuestro inefable Marcelino.En este caso, el nuevo monstruo, cinematográfico, se entiende, se llama Justin Henry. Su personaje «Billy», es la clave del filme, que, de forma menos directa, viene a tratar el tema del divorcio. El dilema estriba en si la ley acabará por devolvérselo a la madre o quedará con el padre, que, a costa de tesón, amor y sacrificio, ha conseguido al fin formar causa común con él. Se discute en el fondo si la cuestión del sexo puede impedir el cambio de papeles; es decir, si un hombre puede ser padre y madre a la vez. Claro está que se trata de seres normales, no de los que, una vez desunidos, apenas se preocupan de los hijos. Como las razones de ambos aparecen bien explícitas y dentro de un mundo para nosotros hoy, a un tiempo concreto y lejano, la historia, interpretada por Dustin Hoffman, tal como acostumbra, corre entre risas y lágrimas a un cincuenta por ciento, tal como estaba programada. Los elementos que la componen son reales y si se quiere verosímiles, dentro siempre de las aludidas reglas de los tradicionales melodramas aludidos antes. A veces el autor se excede, cosa que suele suceder, sobre todo cuando andan niños por medio.
Kramer contra Kramer
Guión y dirección de Robert Benton, según la novela de Avery corman. Fotografía: Néstor Almendros. Música: Vivaldi. Intérpretes: Dustin Hoffman, Meryl Streep, Justin Henry, Howard Durf, George Cole. Dramática. EEUU. Local de estreno: Lope de Vega.
Y, sin embargo, al acabar el filme, el espectador se pregunta por qué contando con tal reparto de actores excelentes, un argumento actual, un Vivaldi para subrayar la soledad y una fotografía correcta de Néstor Almendros, su pasión no nos llega a emocionar. Seguramente se debe a que, ideada, construida, calculada paso a paso, sin dejar un cabo al aire, revela, a la postre, solamente esa particular artesanía que aquí en Europa elevaríamos a la categoría de realización especial, o quizás porque su verdadero fin sea, en el fondo, hacer llorar, y la verdadera historia empieza donde acaba esta.
Destinada a las mujeres, sobre todo, por aquello de que los hombres solos, viudos o separados despiertan instintos maternales con hijos y sin hijos, hará llorar en abundancia a las madres, a las que no lo son aún y a algunos padres, incluidos los venerables que forman el jurado de los Oscar de Hollywood.
Babelia
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