"La malquerida", Benavente y su época
Cincuenta y cuatro años es una medida teatral muy delicada. No se ha hundido en el polvo cuanto debía hundirse ni tampoco se han estabilizado los valores que aspiran a la eternidad. Es difícil, en esta situación, encararse con una súbita reposición de La malquerida, comedia o tragedia tan robusta como vieja, tan sólida como anticuada y tan falsorra como enteriza. Texto mayor de nuestro más inútil naturalismo, sorprendente lección de una gran técnica teatral: escenas aceradas, escaleras emocionales, descripciones enérgicas, choques que rozan la mentira, humorísticas complicidades, una dramaturgia propia, un curioso empaque oral, un espectacular distanciamiento de los problemas carnales convertidos en chisporroteo dramático. Benavente.Universitario, viajero, conocedor de idiomas, levemente desordenado, tranquilo, buen conservador, ingenioso, elegantón, propicio a las singularidades de buen tono, gran lector, cómodo nadador en una atmósfera de adúlación y mimo, cerrado para la poesía, abierto para el diálogo, bien informado literariamente, seguro de su técnica, adivinador casi mágico de los rencores humanos, refinado y burlón, equivoco y trabajador, Benavente se abrió paso con rapidez y convirtió la tremenda sorpresa de los primeros espectadores de El nido ajeno, en un granítico murallón admirativo que remató, en 1922, el premio Nobel de Literatura, y que apenas sufrió, en vida de su autor, más punzadas que un par de fracasos, algunas críticas adversas y el burlón menosprecio literario acaudillado por Pérez de Ayala. Poca cosa frente al sillón de la Academia, el galardón de Estocolmo y los unánimes aplausos de las enfervorizadas, hipnotizadas audiencias de España y América. (América entera, ojo. Porque traducida por John Garret y bajo el ridículo título de The passion flower, rodó durante un año La malquerida, por los escenarios de Estados Unidos, de la mano de una lujosa Raimunda: la gran actriz Nance O'Neil).
La malquerida, de Jacinto Benavente
_ Dirección: Enrique Diosdado. Decorado: Torre de la Fuente. Vestuario: Fernández.Principales intérpretes: Amelia de la Torre, Rosa Fontana, Enrique Diosdado y Francisco Hernández. En el Centro Cultural de la Villa de Madrid.
Lo que Benavente había adivinado, básicamente, era que el cuadro de su obra no podía exceder al de los condicionados burgueses. Benavente aceptó la clientela de Echegaray y, con ella, la problemática individualista de la Restauración. Lo que hizo fue eliminar el tormentoso aire romántico, bajar formidablemente el diapasón del diálogo, adelgazar el énfasis, rehuir la violencia, soslayar las exteriorizaciones temperamentales, revelar poco a poco la intimidad de los personajes, drenar las explosiones pasionales, encuadrar los comportamientos en una expresión literaria, bajarla voz, bajarla luz, bajar la temperatura. Lo hizo con talento y, además, con dignidad. No solamente difería su sensibilidad estética de la de Echegaray. Una parte de sí mismo incluso se inclinaba a la pelea al lado de sus compañeros de generación. Benavente fue acusado, muchas veces, de rebelde, demagogo y revolucionario. Después nos pareció a nosotros, retrógrado y conservador. Es el riesgo natural de casi todos los reformistas literarios. Benavente tanteaba buscando las líneas de menor resistericia y, por tanto, de máximajeceptividad y más fácil penetractón del público. Lo que hay de común entre la ironía literaria de Los intereses creados, la fortaleza de La malquerida y el costumbrismo de Rosas de otoño es bastante más de lo que parece a simple vista. La malquerida está en verdad, cargada de intención lírica. Las obras líricas están impregnadas de aire satírico. Las comedias satíricas dejan pasar, en algún momento, un rayo dramático y unas luces poéticas. la mezcla de frivolidades y dolores, esperanzas y melancolías, protestas y conformidades burguesas, naturalidad agitada por respuestas incisivas, buena educación y flechas de supuesta intención mortífera eran la especialidad benaventiana. Una mezcla que resulta muy fría cuando los personajes -por ejemplo, Raimunda, Acacia y Esteban -tienen entidad superior al desarrollo dado a las situaciones en que se implican.
Contemplando nuevamente La malquerida es fácil entender que resuelva las crisis de los personajes en la clausurada interioridad de las conciencias. El simbolismo de Benavente aisla el yo de todo contacto con lo social, y aún lo lleva a realizarse con indiferencia y desdén hacia el mundo de los otros. El yo, certeramente dramatizado, agranda las explosiones personales y sugiere, con el pensamiento kantiano, que la zambullida sicológica es la que mejor reconoce y utiliza las fuerzas del hombre. Lógicamente, para ese yoismo son ingredientes dramáticos todas las manifestaciones descubridoras de. la intimidad, todas las apariencias contradictorias, todos los datos sentimentales. Los personajes de La malquerida se conforman con su yo, unas veces aceptable y otras insoportable para los demás. Los cambios de personalidad existen. La conciencia individual es normativa del comportamiento de cada uno. Pero esa actividad genera choques con los otros. Genera, según Benavente, desorden, ya que el yo sereno y pacífico es de características menos dinámicas que el mundo exterior.
Una época clausurada
Ese conformismo exterior no afecta, ni mucho ni poco, a la rebeldía interior. Las formas exteriores son realidades con las que hay que contar, pero como «la humanidad quiere verse en las obras de arte como ella cree ser», el personaje debe defender su mundo interior, inatacable, independiente, libre, sin el cual, como el autor escribió, casi con un quejido, «llega un día que uno ya no es uno». En ese círculo, la felicidad y la infelicidad son situaciones individuales, intransferibles, solidarias. La alegría personal es un sentimiento justificante. La incertidumbre es una fuente dramática. El.primer ademán es generalmente escéptico y el segundo pesimista. Y por haber roto esa teoria, precisamente por haber roto, La malquerida es, seguramente, la mejor obra de Benavente. Aunque también aquí el prójimo sea un enemigo y, aunque oyendo al Rubio parezca que la actividad mayor del hombre consiste en buscar la última verdad de su propioyo y realizarla cada día como si fuera, a la vez, una necesidad física y moral.La actual pérdida de estimación del teatro benaventiano se debe a una conciencia, ya pública y generalizada, de que sus discursos idealizantes están segregados de la realidad nacional. La sátira tímida, la imprecisa ética, la pretensión sicológica de Benavente, no tienen vigencia. Por eso esta reposición de La malquerida exhibe el único título rescatable, según creo -quizá, quizás con Los intereses creados- de un centenar y medio largo de originales dramáticos. Un gran conservador -José María Pemán- ha defendido a Benavente con palabras penetrantes y esclarecedoras: «Todavía se quiere enterrar por algunos a don Jacinto en la misma fosa que sus marquesas, que sus cursis, que sus mesitas de té, que sus rosas de otoño. Todavía se le hacen a veces críticas que tienen sustancia de lucha de clases.» Pemán tiene razón. Testigo discreto de la belle époque, Benavente comenzó su tarea con una amable pretensión reformista, pero bordeó el tema nacional, lanzó unas piedras a la superficie y aceptó más tarde, sin grandes remilgos, la proposición aplaza dora del sincero análisis crítico de la situación española. Bondadoso, ingenioso, simpático testigo de una época simpática, a ella se vinculó y con ella ha de ser, inevitablemente, juzgado. Si exceptuamos -no es poco- La malquerida; Los intereses creados y el general prunto europeizante, casi todo el resto de la obra bena ventiana queda adherida a su época y clausurado como aquella. Por esa ley de vida fracasan los intentos para hacerle volver.
¿Y ahora? Resulta penoso enfrentarse, a estas alturas del siglo, con una representación naturalista como la que ha planteado Enrique Diosdado. Habrá,que tomarlo como, información histórica sobre la dramaturgia de don Jacinto. Hoy el primer acto es absolutamente insoportable y los demás se defienden desde lúcidas traiciones. Olvidaré, por su bien, a Rosa Fontana. Amelia de la Torre y Enrique Diosdado reprimieron las exaltaciones del realismo puntilloso y eso es muy de agradecer. Se han dado un gusto y eso es respetable. También es de desear que no se generalicen estos hábitos bromistas. Hemos visto La malquerida, que es una obra importante. Documentada por el naturalismo, que fue otro importante movimiento. Ahora, basta.
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