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Crítica:CINE /'CHAPLIN'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Chpln

Quítese la sustancia de sus letras vocales a la sonora palabra Chaplin y quedará el muñón informe de un sonido impronunciable: Chpln. Algo así le ocurre a esta película: pretende y no logra contarnos la vida del artista que así se llamó. Ordena cronológicamente unos cuantos de los complejos elementos que configuraron la personalidad de este artista -cuya simple presencia es y será siempre uno de los rasgos identificadores de este siglo-, pero este orden se queda en articulación de nadas, pues carece de carne, de materia viva, y se reduce a una mecánica y apresurada sucesión de episodios biográficos simplemente enunciados y nunca verdaderamente representados.

Otro atropello

Chaplin

Dirección: Richard Attenborough. Guión: W. Boyd, B. Forbes y W. Goldrnan, según la historia de D. Hawkins basada en la autobiografia de Chaplin y Chapfin: vida y arte, de D. Robinson. Fotografia: Sven Nykvist. Música: J. Barry. Reino Unido, Estados Unidos, Francia, 1992. Intérpretes: Robert Downey, Dan Ackroyd, Geraldine Chaplin, Kevin Dunn, Anthony Hopkins, Kevin Kline, Penelope Ann Miller, Marisa Tome¡, James Woods. Estreno en Madrid: Palacio de la Prensa, Arlequín, Palafox, Multicines Pozuelo y Vaguada.

El conjunto de cosas que Richard Attenborough y los guionistas de Chaplin nos cuentan en dos horas y media necesitaría dos días y medio para ser realmente contado. Quisieron abarcar demasiado y su salto quedó corto. En la pantalla se atropellan escenas y más escenas de la vida de Chaplin, y el resultado es otro atropello: una veloz sucesión de sketches mecánicos, pobres, insuficientes, sin densidad, epidérmicos, pues cada escena -despachada en unos minutos- contiene potencialmente ingredientes para llenar el argumento de una película de duración convencional. El balance es decepcionante: por querer dar mucho, Chaplin sabe a poco. Chaplin no reconstruye la vida y la personalidad de aquel extraño y extraordinario hombre, sino que resume con blandura (casi con beatería) algunas duras cosas que le ocurrieron. Y lo hace agolpando una cosa tras otra, sin proporcionar al conjunto armazón y articulación.La charla entre Downey y Hopkins -que da pie a que de un episodio pasemos a otro- es de endeblez casi candorosa, incomprensible en guionistas expertos, que aquí sólo consiguen hilvanar unas cuantas sombras de escenas en las que se mueven unas cuantas sombras de personas que nunca alcanzan calidad de personajes, de representaciones vivas de otras vidas. De ahí que la película sea fantasmal y trivial incluso.

Visto por Attenborough y los guionistas, el descomunal Chaplin es menos que un individuo común: no es nadie. Algunas escenas están concebidas y rodadas por Attenborough en tempo y estilo chapliniano. Es ésta una osadía suicida en un filme que se cierra con una selección de auténticas escenas concebidas y rodadas de Chaplin, cuya fuerza genial obliga a rebobinar mentalmente la película una vez vista y a comprobar el abismo que hay entre lo referido y la referencia. Bastan cinco minutos de auténtica presencia de Charles Chaplin en la pantalla para que se queden en calzones, reducidos a cenizas, los autores de las esforzadas dos horas largas de este brillante ejercicio de impotencia.

Misiones imposiles

Attenborough y su equipo, atrapados por el optimismo que acompaña siempre -de otra manera no se emprenderían- a las misiones imposibles, no tuvieron inconveniente en cotejar sus imágenes con las del propio Chaplin. Y así, les va. La película entretiene e informa de algunas anécdotas blancas y grises -no de las negras, que las hubo y que los autores de Chaplin se limitan a insinuar con reverencial delicadeza y pudor- de la atormentada y tormentosa vida de aquel genial artista londinense, uno de los espíritus más oscuros y, al mismo tiempo, más luminosos y libres de que hay noticia en siglos.Puede verse Chaplin, por tanto, pero a condición de saber que asistimos a un filme cuya aportación al cine es escasa y que sería nula si no tuviera dentro a Robert Downey (Chaplin) y Dan Ackroyd (Mack Sennet), buenos actores, que logran no hacer el ridículo en su misión imposible de imitar lo inimitable.

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