Cine mágico, invisible
El cine de ahora (y el de aquí de forma aguda) está enfermo de exceso de evidencias. Se origina esta penosa tara en el culto de la modernez a los fetiches visuales, esos cuyo alcance se agota en lo que muestran. La peste de las imágenes planas y despóticas hace fatalmente perder a la mirada adiestramiento en la más, refinada filigrana expresiva lograda por el cine: la captura de lo que, entre brumas, discurre detrás de lo evidente. Y esto distingue a Secretos del corazón y convierte en un hito de nuestro cine a esta hermosa película, cuyas evidencias están repletas de tesoros no evidentes, que el espectador ha de evidenciar, recrear.La película nos adentra en el enigma de la elipsis, esa paradoja expresiva que otorga a lo que no vemos en la pantalla más (y a ve ces mucha más) existencia cine matográfica que lo que vemos en ella. E insisto: en medio de una envilecedora deriva de nuestro cine hacia la encerrona de la mudez del fetiche visual, Secretos del corazón se alza como una película arrolladoramente elocuente, que nos devuelve en estado puro el enigma del cine invisible (esa aludida paradoja de la elipsis), materia expresiva donde se unen y funden la belleza de una película y. la libertad de quien la contempla.
Secretos del corazón
Dirección y guión: Montxo Armendáriz. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Música: Mendizábal.Producción: Uribe y Santana. España, 1997. Intérpretes: Carmelo Gómez, Charo López, Silvia Munt, Vicky Peña, Andoni Erburu, Á. Nagore, I. Cortés. Cines Princesa, Roxy y Renoir.
Secretos del corazón contiene derroches de olfato en su captura de lo indirecto. La deslizante secuencia -jalonada por brotes exactos de dolor y de humor: genuinos, cordiales vaivenes de vida- se escapa de la retina como el agua de entre los dedos de la mano. Con precisión (¡qué buen guión hay detrás de la exacta filmación) descifrarnos ese deslizamiento y extraemos de él una (tierna y abrupta) trama argumental que no vemos, sino en trevemos a través de la mirada del niño que la indaga. Esta trama palpita en esa zona oculta -no hermética, esponjosa, des prendida, no enfática- que pausadamente va dejando de serlo y se hace finalmente diáfana. Y el espectador urde en su interior la trama escondida y recrea sus gentes (que así se hacen su trama y sus gentes) en uno de esos raros prodigios de identificación que crea el cine cuando se sitúa a la altura de las elevadas posibilidades expresivas que le proporciona su vigor sugeridor. La captura (por el espectador agazapado en la mirada del niño-eje) del entramado familiar envolvente, despierta emoción creciente en quien participa en la, que transita de la risa a la risa y de ésta a una reconfortante humedad de Ios ojos: el llanto consolador que provoca siempre la percepción de lo bello sin cosmética. Los personajes expulsan tanta verdad y ésta es tan ensanchada por el talento de sus intérpretes, qué no hay manera de dejar de sentir la certeza amistosa de conocerlos de antes: son partes de uno mismo, lo que añade otro grano de autoría (y por tanto de libertad) al espectador, que convierte su interior en ámbito de una escena íntima, sobre la que fluye el cordial tránsito de este conmovedor grupo humano por la vida.
Y si Armendariz planta cara a la dificultad y da primacía a lo inexplícito sobre lo evidente, los intérpretes se erigen en vehículos de su capacidad sugeridora y componen un filme coral del que brotan poderosos trazos de individualidades: gentes tan cercanas que susurran sus gritos y lloran su alegría; que se mueven, en un trenzado de choques y de acuerdos, al compás de un desfile de roces de miradas que parece soñado al tiempo que vivido.
El trío de hermanas que componen con delicadeza y precisión Vicky Peña, Charo López y Silvia Munt toca lo eminente: logran dar todo con casi nada, sin sensación de esfuerzo, en estado de contagiosa comodidad. Y los contrapuntos de Carmelo Gómez, los formidables niños, el adusto abuelo y algunos otros memorables personajes episódicos -que, como los más vertebrales, pasan de puntillas por la pantalla- de esta generosa película- componen una interrelación de personas tan ricas y reconocibles, que hay que situar en el alto peldaño del oficio de hacer películas capaz de resolver lo más difícil que cabe hacer en cine con apasionante sencillez.
Y de ahí la condición indispensable de este retorno de Armendáriz a las raíces que asomaron del subsuelo de su Tasio y ahora crecen, se elevan.
Babelia
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