De lo vulgar a lo sublime
Después de trece años inmovilizado y privado del habla por un derrame cerebral, Michelangelo Antonioni ha vuelto (nuevamente con Tonino Guerra detrás de la máquina de escribir) a dirigir una película. Bastaría este retorno a su oficio de uno de los cineastas sin los que el cine de hoy sería ininteligible para convertir esta película en una de esas rarezas que pueden considerarse indispensables. Pero hay más. No sólo es Más allá de las nubes la recuperación de la elocuencia por un poeta condenado a la mudez, sino más que eso: la conquista por ese poeta (uno de los más grandes) del cine, en la pequeña escala del mediometraje, de su cumbre, lírica, íntima.Produjo este filme (doblemente premiado en el festival de Venecia en 1995) un conglomerado de producción europeo dominado por el alemán Wim Wenders, que (como hizo en Relámpago sobre el agua con el proyecto original de Nicholas Ray) se autoadjudicó una parte del rodaje y capacidad decisoria para el montaje final; y forzó así un doblete de firmantes de la dirección que, vista la película se revela como uno de los mayores disparates perpetrados en el cine reciente, pues da lugar a una obra quebrada, en la que, jalonadas con vulgaridades incrustadas por los epidérmicos y engolados entremeses de Wenders y John Malkovich, las inimitables imágenes de Antonioni alcanzan -al menos en dos de las cuatro historias y, sobre todo, en las partes interpretadas por Iréne Jacob y Vincent Perez, Inés Sastre y Fanny Ardant- tanto refinamiento, tal derroche de precisión y elegancia, que toca lo sublime, pues deduce con la cámara acordes de un poema cinematográfico de altísima pureza y lo que hay que atreverse a considerar la (aproximadamente) hora de cine más sutil y hermoso que se ha visto en la última década.
Más allá de las nubes
Dirección: Michelangelo Antonioni y Wim Wenders. Guión: Tonino Guerra, Antonioni y Wenders. Fotografía: R. Muller. Música:, L. Dalla, L. Petitgang, Van Morrison.Italia-Alemania-Francia, 1995. Intérpretes: Fanny Ardant, Iréne Jacob, Vincent Perez, John Malkovich, Sophle Marceau, Jean Reno, Inés Sastre, Marcello Mastroiarini, Jeanne Moreau. Madrid: cines Princesa y Renoir, en v. o.
Todo (y es mucho) lo que está destinado a quedar, todo lo que no es perecedero en el (todavía) incatalogable y pronunciadísimo estilo de este cineasta fuera de norma, al que Francis Ford Coppola proclamó fuente de la que saltó al mundo su extraordinaria La conversación, está en Más allá de las nubes en estado de concisión absoluta, lo que carga (y advertimos que en ojos ávidos de ajetreo puede sobrecargar) las imágenes y composiciones de las cuatro historias con una especie paradójica de transparencia impenetrable o, si se quiere, de nitidez difuminada. El afán diferenciador que Antonioni acostumbraba a dar en sus días de plenitud a los encuadres y secuencias -por ejemplo, aquel misterioso don por el que extraía volúmenes del tiempo y arquitecturas de la musicalidad- ha pasado a segundo plano. Tal afán se ha incorporado a su instinto, no requiere ya su cálculo.
Si entonces se le acusó (a mi, parecer injustamente) a Antonioni de manierista, a causa de esta marcada tendencia a la autodistinción; ahora, en la parte que le corresponde -la de Wenders más vale olvidarla, ya que no ha sido posible extirparla de cuajo de una pantalla a la que ensucia y ofende- de Más allá de las nubes, no es el caso: siendo enteramente fiel a su estilo, éste, en cambio, no necesita ahora afirmar su existencia, proclamarse, y deja que una apasionante (y por supuesto elaboradísima) sencillez invada el transcurso de los cuatro relatos; y que en alguno de ellos, como ocurre en el conmovedor y mágico recorrido de Iréne Jacob y Vincent Perez por las calles de Aix-en-Provence, adquiera sin apenar verse su máximo , grado de existencia.
Ésa es la razón de que, en esta hermosa película desequilibrada, el superviviente Antonioni logre, aunque de manera fragmentada a causa de la intromisión del vivo Wenders, su cumbre.
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