Bienvenidos al club de Toñita, la reina de Los Sures
En el Caribbean Social Club, un icónico bar en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, no hay empleados ni clientes. Aquí todo el mundo pone de su parte para ayudar a María Antonia Cay a gestionar el negocio, que se ha visto amenazado por la rápida gentrificación de la zona
Es domingo, día de los padres, pero hoy Nueva York honra la vida de una matriarca. Por la calle Grand de Williamsburg, Brooklyn, desfila en una camioneta la madrina del barrio, María Antonia Cay, mejor conocida como doña Toñita. Una multitud de personas la recibe con aplausos y gritos de aprecio —“¡Que viva Toñita!”— mientras ella, regia y sonriente como siempre, los saluda desde la ventanilla como la reina que es. Como de costumbre, lleva ambas manos repletas de anillos gigantes, de varios colores y formas, que le dan un aire de sofisticación y sabiduría, y su maquillaje y rizos rubios intactos a pesar del calor de verano que azota la ciudad.
Hoy se celebran 50 años desde que Toñita abrió las puertas del Caribbean Social Club, un icónico bar que durante medio siglo ha servido como un refugio para los latinos de Nueva York, donde se juntan puertorriqueños, dominicanos, venezolanos, colombianos, mexicanos y todo aquel latino en la diáspora que eche de menos su patria y su gente. Para marcar el medio siglo, se ha cerrado la calle del negocio y se ha llenado de gente bebiendo cerveza y ron, jugando dominó, bailando reguetón y salsa, y celebrando que esta institución haya sobrevivido desde 1974.
No ha sido fácil: el club de Toñita está ubicado en un barrio que en los últimos años ha caído en las garras de la gentrificación. En 1974, cuando Toñita compró el edificio en el número 244 de Grand Street del sur de Williamsburg, la zona era conocida como Los Sures. El barrio era entonces un pedazo de Puerto Rico fuera de la isla: miles de boricuas como Toñita se asentaron aquí tras haber emigrado de Puerto Rico durante la segunda mitad del siglo pasado en lo que es conocida como la primera gran migración aérea de la historia de Estados Unidos. Se estima que entre los años 40 y 70, la población puertorriqueña en Nueva York pasó de unos 61.000 boricuas a más de 900.000.
Pero de Los Sures de aquellos años queda poco hoy día. Para alquilar un apartamento en esta zona, en la actualidad se necesita más de 4.000 dólares al mes, casi lo que Toñita pagó hace 50 años para comprar el edificio del Caribbean Social Club. Le costó 5.000 dólares, mientras que ahora es complicado — por no decir imposible — comprar un piso por menos de un millón. La oleada de la gentrificación de Los Sures ha desplazado a innumerables residentes, y negocios del barrio y para el barrio, como el de Toñita, se han visto forzados a clausurar. Ella dice haber recibido ofertas “millonarias” para que venda el club y los apartamentos del edificio, que también son suyos. Pero ella lo tiene claro: “No voy a vender”.
Con el cambio demográfico del barrio también ha venido el escrutinio. Por un lado, los nuevos vecinos de Williamsburg, de clase media alta y clase alta, se quejan de que el club genera demasiado ruido. En los últimos cuatro años, la ciudad de Nueva York ha recibido más de 60 quejas por ruido en la dirección del bar, además de varias otras en los alrededores del local, según datos de la ciudad. Seguro caerán más quejas por la fiesta de este domingo.
Por otro lado, las inspecciones del bar se han vuelto constantes y feroces. Toñita dice que por “cualquier cosa” la pueden multar. Así ocurrió el año pasado, cuando un inspector encontró que el club había violado su licencia de alcohol y que Toñita no llevaba ningún registro financiero del negocio, según el pódcast Latino USA. En junio de 2023, tuvo que presentarse ante un juez para rendir cuentas. Al final del proceso, el tribunal le concedió un aplazamiento de seis meses, antes de archivar el caso por completo. Un año después, Toñita insiste en que el caso quedó resuelto. Eso sí: dice que tuvo que pagar una multa de “1.600 dólares más o menos”.
Para la comunidad del Caribbean Social Club, aquel proceso supuso “una amenaza” contra Toñita y su legado. Varias docenas de manifestantes la acompañaron al tribunal el día de su citación, el 1 de junio de 2023, y denunciaron en las puertas de la corte la gentrificación de Williamsburg, donde “residentes y negocios de toda la vida” están siendo “expulsados”. El Caribbean Social Club “es un faro de identidad cultural, unidad y patrimonio. Perderlo es perder una parte del alma de nuestra comunidad”, publicó Toñita en su cuenta de Instagram días antes de comparecer ante el juez.
Este domingo, esa realidad estuvo más que presente. Todos los que pasaron por la tarima del evento recalcaron la necesidad de proteger a Toñita de quienes la quieren desplazar de su barrio, de su gente. Lo dijo la propia representante demócrata de Nueva York, Nydia Velázquez: “Toñita es nuestra”. Durante un pequeño discurso, la representante de origen puertorriqueño sentenció que “a pesar de la gentrificación, Toñita va a seguir aquí” hasta nuevo aviso. “Cuando el alcalde Rudy Giuliani intentó cerrar el club”, dijo la congresista, en referencia a la administración del republicano entre 1994 y 2001, “Toñita lo llevó a la corte y ganó. Le dejó saber que ella es boricua para que él lo sepa”. El actual alcalde, el demócrata Eric Adams, decretó este 16 de junio el día de María Antonia Cay.
“Toñita nos cuida”
En realidad, más que un bar, el Caribbean Social Club es una familia, y Toñita, la matriarca. Toñita no tiene empleados ni clientes — el negocio se mantiene a base de voluntarios. En las noches más ajetreadas, cada uno pone de su parte para ayudar: recogen las botellas y latas de cervezas vacías, friegan el suelo si alguien derrama alguna bebida, sacan la basura. El local en sí es pequeño: un letrero en la pared indica que el cupo es de 50 personas, pero aquí eso no significa nada. Cualquier viernes o sábado el bar está tan lleno que no cabe un alma más. Para llegar hasta la barra, en la parte posterior, hay que pedir mil disculpas — “Permiso, ¿puedo pasar?” — y tropezarse varias veces.
En el bar las cervezas son a tres dólares, hay música latina para todos los gustos y entre semana, todas las tardes, hay comida gratis: arroz con habichuelas, pollo guisado… El menú varía, pero lo habitual es que haya habichuelas. “Es lo que más le gusta a la gente”, dice Toñita. Ella misma prepara el almuerzo en su apartamento, ubicado en el mismo edificio del bar. A eso de las tres de la tarde, cuando abre las puertas del club, baja las mismas ollas en las que hizo la comida y las coloca en una de las mesas. Así, quien tenga hambre puede servirse un plato y almorzar con ella. Toñita no espera nada a cambio: solo que cada uno recoja su plato, como si estuviese en casa de su abuela.
De hecho, el Caribbean Social Club parece más la casa de una abuela que un bar. Las paredes están forradas de retratos de Toñita junto a familiares, vecinos, amistades o celebridades que han visitado el club. Algunas de las fotos tienen un tinte sepia y se ven borrosas, prueba de que llevan muchos años ahí. De las paredes y del techo también cuelgan luces de colores, de esas que se usan para decorar los árboles en Navidad, y demasiadas banderas puertorriqueñas como para contarlas.
Más allá de las cervezas baratas o la comida gratis, Toñita dice que la gente viene a su bar para enterarse “del bochinche”. En Puerto Rico, la tierra que vio a Toñita nacer hace 85 años, el bochinche es el chisme. Ella migró a Nueva York en 1956, cuando tenía 16 años, pero las casi siete décadas que ha vivido en la diáspora no le han borrado el acento boricua. Sigue arrastrando la doble ‘rr’ y doblando la ‘r’ singular, convirtiéndola en la ‘l’ tan característica de los puertorriqueños.
Siendo una gran apasionada de la pelota — como se le dice al béisbol en Puerto Rico — Toñita quiso que en sus inicios el Caribbean Social Club fuera un club social privado — de ahí su nombre — donde el equipo local de pelota y sus familiares pudieran reunirse para comer, beber y compartir. Nació como un espacio sobre todo para puertorriqueños, pero en el presente al bar llegan personas de todos los rincones del mundo. Con la creciente población inmigrante de Nueva York, sobre todo latinoamericana, hay noches en las que los puertorriqueños son la minoría en el Caribbean Social Club, y en su lugar se oyen acentos venezolanos o ecuatorianos.
En el local se han celebrado cumpleaños, sesiones de foto y afterparties de películas. Y por sus puertas han pasado estrellas como el reguetonero boricua Bad Bunny, el colombiano Maluma o la reina del pop, Madonna.
“Aquí Toñita es una autoridad en el sentido de que tiene un matriarcado. Nos trata como parte de su familia, nos cuida,” cuenta Rafael Clemente. Este puertorriqueño de 35 años migró a Nueva York en 2013. Un día, al poco tiempo de haber llegado, estaba caminando por el barrio de Williamsburg con un grupo de amistades cuando de repente oyó que alguien estaba tocando salsa. “Pensamos, ¿qué es esto? Vamos para allá. Encontramos una puerta pequeña, de donde estaba saliendo la música, y cuando entramos literalmente fue como un portal a Puerto Rico”, recuerda.
Desde entonces, el club de Toñita ha sido su segundo hogar. “Siempre que vengo aquí me siento en casa, no solo por Toñita, sino que también por la otra gente que está aquí”, dice. “Muchas de las veces que yo me siento que estoy un poquito drenado por la ciudad y necesito un breakecito para recargarme, vengo aquí”.
Por su parte, Toñita dice que no tiene ningún plan de jubilarse. “Yo voy a estar aquí hasta que me muera”, sentencia. ¿Quiere volver a Puerto Rico algún día? “Todos los que salimos de Puerto Rico salimos con la idea de hacer algún dinero y volvernos a nuestro país a comprar un terrenito y hacer una casita”, dice.
– ¿Por qué se ha quedado en Nueva York en vez de regresar a la isla?
– Nunca he dicho que me vaya a quedar. Siempre digo que me voy a ir. Uno dice me voy, me voy, y se sigue quedando. Pero uno siempre tiene esa añoranza de volver.
Por ahora, su plan es seguir pasándola bien con los muchachos: “Cantar, bailar y gozar”.
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