‘Silencio’: Eduardo Casanova se pone clásico, sin perder locura, con su viaje vampírico al VIH y al dolor de la eternidad
En tres episodios, que suman poco más de una hora, el cineasta se lanza con su habitual desaforamiento sentimental a una comedia que voltea lo grotesco

Asegura Eduardo Casanova que, como director, abandona su línea más pedante y se pasa a la comedia pura. “Estoy en un momento más ligero y menos atormentado”. Bien, esa es su opinión. No la que emana de su primera serie como showrunner, Silencio (ya disponible en Movistar Plus+), un prodigio de profundidad, reflexión y emoción. Y sí, hay humor, pero no olvida un gusto muy Casanova por lo visual, aunque aquí controla su desparrame (¿Cuestión de presupuesto? ¿Decisión estética?) y deviene en un blanco quirúrgico.
Silencio está compuesta de tres episodios de apenas 20 minutos cada uno. Todos los finales juegan a una similar composición: tras un bache de apagado, surge la transformación. Puede que el tercer episodio contenga los momentos más irregulares, con algunas líneas de guion mejorables; sin embargo, la traslación a la pantalla de la inocencia de Malva, la vampira superviviente, deja lejos esos escollos. La emoción derrota a los borrones.
Casanova nunca ha atajado, jamás ha buscado ni temas ni acercamientos fáciles. Pieles (2017) confirmaba todo lo bueno que había prometido el cineasta después de ocho años de cortometrajes. También, que Casanova jamás sería ni industrial, ni fácil, que defendería su autoría pop y su pulsión por lo que otros definen como grotesco contra todo y contra todos. Y que Ana Polvorosa, su compañera de aventuras en Aída, sería su musa. La piedad (2022) no logró tanta redondez, y por eso ver ahora Silencio reconcilia al espectador con el viaje de un creador que muta por ebullición.

A las vicisitudes de las vampiras protagonistas la serie se suma en la epidemia de la peste negra. Son momentos complejos para la búsqueda de sangre de esas mujeres jóvenes por fuera y viejas, casi eternas, por dentro, en una reflexión que encadena Silencio a dos obras maestras: Déjame entrar (2008), de Tomas Alfredson, y Solo los amantes sobreviven (2013), de Jim Jarmusch. En todas la eternidad ofrece la maravilla del disfrute artístico... y el dolor de sufrir el paso del tiempo a tu alrededor.
En Casanova y en Silencio (y en las referencias citadas) lo sexual importa. Y mucho. Ese encuentro amoroso-erótico propulsa la serie hacia los sentimientos y la crueldad del tiempo. Tras desaparecer la amarga Verónica, su hija Malva, la auténtica protagonista, la última de los inmortales, el final de una estirpe, encara su relación con una yonqui, Triana (brutal María León, que devora el personaje con un nombre revelador), en la peor ola de la pandemia del sida en España, en los años ochenta.

En la promoción de la serie, Casanova subraya el silencio que rodea a las personas con VIH es terrorífico. Cierto, y por eso titula así su nuevo trabajo. Pero a la vez, soterradamente, desde la relación entre esa naif Malva y la salvaje Triana, el cineasta también se acerca al amor, al más iluso, al que se define como bello porque así lo loarían los niños, al que casi nadie dibuja en pantalla, silenciados sus apóstoles por sí mismos, por miedo a las acusaciones de infantiles. Y de rebote, encara la emancipación individual y la resignificación queer de las chupasangres. El cóctel, de puro paroxismo y suicidio emocional, apasiona.
Es Casanova: sus vampiras trasmutan en nosferatus, no en gozosas condesas de la Transilvania profunda. Habrá posmodernidad y romanticismo, por lo que se escucha Muera el amor, de Rocío Jurado, que esconde el desgarramiento habitualmente intrincado en su trabajo. Esos cuerpos heridos, esa cierta teatralidad, esas habitaciones-altares de religiones egomaníacas, incluso su solemnidad en lo íntimo y en los colores saturados... Todo es Casanova.

Por supuesto, a él también pertenecen los errores, los tropiezos de charlas excesivamente alargadas y de ciertas metáforas no cuajadas. Y qué. Silencio está viva, nace de alguien dispuesto a equivocarse y a levantarse las veces que hagan falta. Harto de perfecciones formales que emanan de las plataformas, la irregularidad de Silencio juega a su favor. Y da igual si lo próximo que encare Casanova le devuelva a su (mal)llamada pedantería o a nuevas exploraciones: siempre habrá alguien interesante intentando hacer algo distinto a pecho descubierto.
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