Adiós, José Luis Cienfuegos. Y gracias por tanto, otra vez

Hace años ya escribí sobre Cienfuegos. Contaba que la primera vez que asistí al Festival de Cine de Gijón acabé comiendo al lado de Karel Reisz, director de La mujer del teniente francés y Todo el mundo gana. Le pregunté cómo era Meryl Streep. “Professional”, dijo. —¿Y Debra Winger? —“Mnmnm, complicated”, y sonrió. Un caballero. Junto a él estaba su mujer, Betsy Blair, inolvidable protagonista de Marty. Era demasiado para una joven cinéfila impresionable que estaba allí después de ofrecerle a Cienfuegos una idea alocada que acogió con más dudas que entusiasmo, pero me acreditó y era como estar acreditada en el cielo. Al lado, parloteaba un chico espigado; antes de irse, señaló una película en mi programa de mano y la firmó; era Pi y él, Darren Aronofsky. Habrá ciudades en las que eso sea habitual, pero no lo era en Gijón, ni en Asturias.

Durante 10 días podías cruzarte a Frears, a Chloë Sevigny, al hierático Kaurismäki o a la irreverente Virginie Despentes. También a Richard Fleischer, porque aquel certamen radical veneraba a los clásicos. Un cóctel ganador cuyo artífice era Cienfuegos. Tan reconocible, tan discreto y a la vez tan protagonista. Activo, curioso, divertido, profesional. Él era el festival y el festival era él. Transformó un certamen sin personalidad en un referente de modernidad que, aunque por presupuesto no podía competir con los grandes, tenía olfato. Para eso estaba Fran Gayo, que también se fue demasiado pronto. Allí no ibas a ver grandes producciones, pero cuando alguien se consagraba, podías decir orgulloso “yo ya lo vi en Gijón”.

Como ni olvido ni perdono —aunque los psicólogos digan que es malísimo, ayuda a que la misma piedra no te tome el pelo dos veces—, cuando me enteré de la tristísima noticia de su fallecimiento, no pensé en Reisz o Streep, solo en el infame gobierno de Francisco Álvarez Casos, aquel FAC que hacía honor a su onomatopeya y con tanta inquina intentó desmantelar todo lo que olía a cultura. Una vez instalados en Gijón, ahí siguen, Cienfuegos fue una de sus víctimas. Resultó tan inesperado para los que creían que prevalecería su gestión impecable como lógico para quienes sospechábamos que no era una cuestión económica, solo caciquismo. Lo echaron sin permitirle disfrutar el 50º aniversario del festival que había puesto en el mapa. A él le fue muy bien en Sevilla y Valladolid; el FICX se llevó la peor parte. Era insustituible. Aquella columna que escribí era de agradecimiento por su gestión; esta también, pero no habría querido escribirla nunca.