Cómo sobrevive ‘Black Mirror’ a la IA
Es ya un lugar común que la actualidad se lo está poniendo muy difícil a la parodia. Se habla menos de cómo le está complicando la existencia a la distopía.


Es ya un lugar común que la actualidad se lo está poniendo muy difícil a la parodia. Se habla menos de cómo le está complicando la existencia a la distopía. Pienso en ello mientras veo la última temporada de Black Mirror (Netflix). Desde que se estrenó en Channel 4 en 2011, las circunstancias han adelantado por la derecha a la serie de Charlie Brooker. No solo algunos de sus capítulos se han materializado —Be Right Back, por ejemplo, en el que una mujer interactúa con una recreación hecha con IA de su novio fallecido, algo que el creador británico lamenta en broma no haber monetizado—, es que vivimos en manos de una oligarquía tecnológica que está socavando la democracia y las libertades en su propio beneficio con modos y maneras impredecibles por la antología del espejo negro.
El humor y el terror son, además, los dos géneros más cultivados por Brooker —responsable, entre otras comedias, de todo el universo Philomena Cunk— y tienen en común muchos más elementos de los que parece. No hay tanta distancia entre el mecanismo de tensión y de inversión de expectativas que necesita un chiste y el que da lugar a un susto. Eso y que el superpoder de los guionistas forjados en la comedia es el de la versatilidad, algo que además de Brooker han demostrado otros como Jordan Peele o Craig Mazin, con la segunda temporada de The Last Of Us recién estrenada.
Pero vuelvo a Black Mirror. Ni comedia, ni terror, el mejor episodio de esta séptima temporada es una historia de amor. Hotel Reverie narra el idilio entre dos actrices que se encuentran durante el remake de una película que protagonizó una de ellas en los años cuarenta. ¿Los impedimentos? Que una de ellas es real y la otra ya no. O no del todo. La rosa púrpura del Cairo, Pleasantville y Her, pasadas por el filtro de Casablanca y Breve encuentro. Hotel Reverie es la respuesta adulta a Hollywood, aquella fantasía pueril de Ryan Murphy sobre una industria de cine clásico libre de armarios y de desigualdades raciales. Y recuerda inevitablemente a otro de los mejores episodios de la serie, San Junipero, donde la tecnología daba alas, aunque fuesen virtuales, a la historia de amor entre dos mujeres, imposible por sus circunstancias vitales —y mortales—. Cuanto más cercados nos tiene la tecnología, más brilla lo que nos distingue de ella.
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