Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, aseguraba Ferlosio
La cultura ‘woke’ me provoca frecuentemente alergia. Pero tiemblo cuando constato que los que pretenden destruirla son los más miserables de la Tierra, los insaciables dueños del poder

Cuentan que Churchill, aquel individuo obeso, en posesión de verbo y de estilo, con un habano permanentemente en su boca y el alcohol corriendo por su organismo de la mañana a la noche, era un convencido imperialista, conservador genético, alguien hambriento de poder y de gloria. Pero sin él, la catástrofe del nazismo abría creado un mundo aún peor del que tenemos. Churchill hizo una promesa al pueblo inglés que es insólita en el manual cansino y previsible de esa gente tan poco fiable llamados políticos. Alentando a sus compatriotas desde la Cámara de los Comunes sobre la necesidad de que su país entrara en guerra les aseguró: “No tengo nada que ofrecer, excepto sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Además de lucidez, realismo y honestidad ese señor debía de poseer unos genitales grandiosos para alentar a un pueblo a enfrentarse a lo inevitable ofreciéndole tamaño caudal de desgracias antes de la victoria o de la derrota.
Pienso en aquel extraordinario hombre de Estado, viendo a un asesino gélido e inexpresivo llamado Putin y en posesión del máximo poder del universo. Y a otro, de nombre Trump, elegido democráticamente por su nación y dispuesto a ejercer en la realidad lo que su podrido cerebro piensa. No es el malvado absoluto que pueden inventarse las ficciones. Es tenebrosamente real y puede hacer lo que le dé la gana. Todo en él me despierta asco y miedo. No hablo ya de su ideología, suponiendo que tenga alguna no relacionada con lo de ganar dinero, si no también de su gestualidad, su forma de expresarse, su pinta, sus bailes, su convicción de que ya todo le está permitido. Me provoca no sólo repulsión mental. También física. ¿Y qué contar de los que se le han pegado como una lapa, de esos señores de Silicon Valley que han conquistado el universo otorgándole a la gente esos teléfonos y redes sociales que llenan toda su existencia, con una droga de adicción absoluta?
Esa bestia teñida también ha jurado acabar con la cultura woke. A mí esta me provoca frecuentemente alergia. Por falaz, previsible, curil, monjil, hipócrita, inquisidora, cursi, devota de la censura. Pero tiemblo cuando constato que los que pretenden destruirla son los más miserables de la Tierra, los insaciables dueños del poder. Todo en ellos inspira terror. Lo más útil es quedarse en casa y desconectado de las noticias del mundo. Releyendo libros antiguos, viendo las películas de siempre, escuchando música de otras épocas.
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