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Columna
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‘Luz de luna’: nostalgia de la buena contra el algoritmo

Hay muchas cosas de la serie que abochornan un poquito hoy, pero también hay audacias, ironías, dobles sentidos y raptos de talento e inteligencia

Sergio del Molino
Bruce Willis y Cybill Sheperd, en la serie 'Luz de luna'.
Bruce Willis y Cybill Sheperd, en la serie 'Luz de luna'.ABC

Huyo de la nostalgia, pero la nostalgia corre más que yo. No es difícil correr más que yo: hay nonagenarios con bastón que me adelantan por la calle. La nostalgia no necesita entrenamientos de atletismo para ganarme, le bastan pasitos cortos, como los que suele dar. Huyo de la nostalgia porque me enseñaron que no había peor enemigo y que era mejor caer en la droga y en las tragaperras. Empieza uno mojando la magdalena de Proust en el colacao con grumos, me decían, y termina con espasmos en el brazo a lo Elon Musk.

Entiendo más o menos el camino que lleva de la idealización de la infancia al racismo violento, pero no todas las nostalgias alimentan monstruos. Algunas, bien manejadas en la intimidad de un salón, solo dan modorra y sueñito bueno.

Luz de luna, por ejemplo, se presenta en Filmin con la posología adecuada: un chute poderoso sin contraindicaciones restaurativas. Uno puede gozar de la serie de los ochenta sin añorar ese barrio que nunca existió donde todos los vecinos se daban los buenos días y se felicitaban las pascuas. Se ve Luz de luna con la conciencia de su vejez, algo que no suele pasar tanto con el cine, que aguanta mejor el paso de los años. Es normal: la tele es fungible, nunca se hace pensando en la posteridad, sino en el dato de audiencia de la mañana siguiente. Gracias a eso, pasadas una o dos generaciones, se convierte en un recordatorio de la imperfección del mundo que la parió. La nostalgia que provoca una serie como Luz de luna es del tipo consciente: no terminas nunca de trasportarte a la infancia en la que la emitían, no hay viaje en el tiempo.

Hay muchas cosas de Luz de luna que abochornan un poquito hoy —y quizá ya abochornaban entonces—, pero también hay audacias, ironías, dobles sentidos y raptos de talento e inteligencia que dan mucha envidia y que no se encuentran en las producciones aseaditas y homogéneas de hoy, patológicamente obsesionadas con no dejar atrás a nadie y evitar cualquier posible malinterpretación o ambigüedad. Es refrescante encontrarse con un Bruce Willis y una Cybill Shepherd aparentemente desentendidos de los espectadores, actuando como si solo importaran ellos y no hubiera que dar explicaciones. No sé si quiero volver a vivir en ese mundo gamberro y despreocupado, pero estoy convencido de que a muchos espectadores les haría bien esa aspereza narrativa como antídoto contra la condescendencia de los algoritmos.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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