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Columna
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Jerry Springer: vuestra tragedia será mi comedia

Yo también creo, como Woody Allen, que el sexo y la televisión solo son sucios cuando se hacen bien, pero siempre que los que juegan sepan a lo que juegan

Jerry Springer en su oficina de Londres en 2004.
Jerry Springer en su oficina de Londres en 2004.CHRIS YOUNG (EPA)
Sergio del Molino

No ha podido dar su versión Jerry Springer en el documental de Netflix sobre su programa por la excusa de haber muerto en 2023, pero no caben dudas de que habría hablado de haber tenido ocasión, pues nunca calló cuando le preguntaron, como atestigua el metraje de entrevistas que se incluye en Jerry Springer: luchas, cámara, acción. El presentador no dejó de jugar un balón, aunque fuera para despejarlo: sonreía y escurría el bulto con una jeta hecha de un hormigón especial que no se agrietaba ni con dinamita. Su respuesta a las críticas parecía inapelable: “Es televisión”. Lo dijo alguna vez y lo repite con más cinismo Richard Dominick, el que fuera productor ejecutivo del programa más infecto de la historia de la tele, que marcó por abajo los límites de lo que, gracias a él, empezó a llamarse telebasura.

Yo también creo, como Woody Allen, que el sexo y la televisión solo son sucios cuando se hacen bien, pero siempre que los que juegan sepan a lo que juegan. Famosos y periodistas son profesionales del espectáculo que se entregan a él con estrategia y consentimiento, todo lo contrario a los desgraciados que salían en El show de Jerry Springer (1991-2018). En el documental se cuenta cómo reclutaban a personas vulnerables e indefensas y abusaban de ellas para inducirlas una tensión emocional límite. Los productores confiesan en el documental con la esperanza cristiana, quizá, de redimirse.

No creo que Springer o Dominick se arrepintieran. Nunca vieron a sus víctimas como personas iguales y dignas de respeto y compasión. En el germen de su éxito (y de todos los formatos que lo copiaron, como El diario de Patricia en España) había un clasismo radical. Hasta tal punto eran conscientes, que desconfiaban cuando les llegaba una historia protagonizada por personajes urbanos y educados. “Nuestros invitados no vienen de Boston, debí sospechar”, dice una productora al recordar cómo se la colaron unos farsantes para salir en el programa y boicotearlo. Aquello se basaba en la explotación desvergonzada de individuos a quienes no se reconocía la condición de ciudadanos, tal vez ni siquiera la de humanos. Springer, un tipo culto, fino y amable, era el instrumento perfecto para escenificar un cinismo que en nada se distinguía de los combates de gladiadores o de las farsas de los bufones ante el rey. Bailad, desgraciados, que vuestra tragedia será mi comedia. La puerta que abrieron sigue abierta y por ella no ha dejado de soplar el frío de la crueldad del dominador sobre el dominado.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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