La tele que inspira
La victoria de Óscar Díaz en ‘Pasapalabra’ ha sido uno de esos momentos raramente fraternales que nos brinda la televisión
Me contó un amigo, hace casi dos décadas, que estaba haciendo un casting para un concurso. A los “feos” los buscaban en la sección de cómics y fantasía de una conocida tienda del centro. Les animaban a participar porque “eran listos”. A los “guapos” no sé dónde los buscaban, pero sí sé que se les hacía un test de cultura, y que se preguntaba, por ejemplo, quién era Margaret Thatcher. Si alguno respondía por casualidad que “la primera ministra de Inglaterra”, se le desterraba. A los que respondían “actriz” o “diseñadora”, se les pasaba de fase. Esto fue hace mucho tiempo. Esto era entretenimiento. Televisión, vaya. Los feos son listos, y los guapos tontos.
No me escapo de haber visto aquel programa sintiéndome listísima porque yo sí sé distinguir a María Teresa Fernández de la Vega de Santa Teresa de Calcuta (pregunta real), ni de haber soltado una carcajada cuando una actriz señala a Mayra Gómez Kemp como pareja de baile de Camilo José Cela en la entrega del Nobel (me hace gracia la estampa, lo siento).
Me pregunto muy a menudo qué ha hecho que la cultura en España caiga en picado, si hemos sido nosotros apoyando programas infectos o si ha sido la televisión programando inmundicias morales sin resuello. Sin embargo, los concursos de conocimientos me reconcilian con mi televisor.
Soy seguidora de Saber y ganar desde sus inicios, y espectadora ocasional de otros concursos. El que menos veo (me pone más nerviosa) es Pasapalabra. El frutero de mi calle —además de guardarme endrinas— me pregunta a menudo por los concursantes más longevos. Noto en él, como noto en otros, verdadera admiración y cariño por esas personas que nos inspiran a aprender (aunque sea para responder preguntas).
En San Isidro se acabó el duelo entre Moisés y Oscar en Pasapalabra, tras 159 programas. Yo lo vi convencida (tras ver la actitud de Moisés en El Hormiguero) de que Óscar Díaz perdería. No fue así. El veterano Díaz se llevó casi dos millones de euros, mientras que el alfareño se volvió con una cantidad un poco menos espectacular. El discurso del traductor madrileño fue sincero, hondo. “Voy a aprender a leer bien, y voy a hacer que a mi familia no le falte nada”. Ha sido uno de esos momentos raramente fraternales que nos brinda la tele. Y eso es mérito de Óscar, sí, pero también de quienes apuestan por formatos que nos hacen querer ser mejores personas.
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