Amar a los Gómez Sanabria es para siempre
Me despido del café con porras en El Asturiano y del copazo en el Kings, de Benigna, Quintero y Sebas, el figurante que ascendió a protagonista, así de fácil era integrarse en esa familia. A ellos y a quienes hicieron posible sus historias: gracias por tanto
A Oliva Benson —dun-dun— le van a dedicar una plaza. Será sólo durante un par de días, pero menuda plaza, la del Rockefeller Center, hogar de la NBC. El motivo de tal honor es el estreno de la 25ª temporada de Ley y Orden: Unidad de Víctimas Especiales, la serie más veterana en horario estelar en EE UU, y los fastos incluirán eventos y merchandising que me hacen suspirar más que ningún escaparate de Tiffany. Un reconocimiento que, reconozcámoslo, se queda pequeño ante haber dado nombre a una de las gatas de Taylor Swift. Es difícil superar ser la cultura pop de la cultura pop.
Si premian a Olivia por participar en 545 capítulos, ¿qué deberíamos hacer con Itziar Miranda, Manu Baqueiro y José Antonio Sayagués qué han sido Manolita, Marcelino y Pelayo en más de 4.000? Los de El Asturiano se merecen la Puerta del Sol o al menos un parquecito en Chamberí, que es por donde cae esa Plaza de los Frutos que conozco mejor que mi barrio. Pero a la serie de Diagonal TV le pasa como a Olivia, que aunque lleve desde 1999 luchando contra los abyectos crímenes y sea la columna vertebral de un formato histórico, no suele figurar en las listas de grandes personajes televisivos. La crítica tiende a deslumbrarse ante las plataformas y arrinconar al resto. Amar es para siempre sufrió además el agravio de ser una serie diaria, un formato habitualmente menospreciado cuando no puede haber género más complejo y fascinante. Cuánto trabajo hay tras cada temporada, cuánto ingenio para no defraudar a quienes te dedican un trocito de cada día, cuánto talento para despedirte liderando tras tantos años.
Llevo días pergeñando este adiós, escribiendo loas a su producción y a su excepcional reparto, más de 1.600 actores han pasado por ella, la mayoría talentos contrastados y otros muchos promesas que se hicieron realidad —por muchos papeles que interprete Anna Castillo, para mí siempre será Dorita—, pero borro lo que escribo porque nada hace justicia al hueco que deja. Son datos fríos, no reflejan la emoción de cancelar definitivamente una cita que era ineludible, de despedirse del café con porras en El Asturiano y el copazo en el Kings, de decir adiós a Benigna y Quintero, también a Sebas, el figurante que ascendió a protagonista, así de fácil era integrarse en esa familia. A todos ellos y a quienes hicieron posible sus historias sólo puedo decirles: gracias por tanto.
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