‘True Detective: noche polar’, inaugurando, en frío, el ‘noir’ ártico sobrenatural
La cuarta entrega de la serie antológica de Nic Pizzolatto, que protagoniza Jodie Foster, es un reverso de la primera, y tiene a los mandos, por primera vez, a una creadora, Issa López, que se ha propuesto rescatar lo fantástico según John Carpenter
La aparición de True Detective (HBO) en 2014, con su rescate de dos actores clásicos que habían sido ligeramente olvidados —o relegados a la comedia romántica, o un cine que había dejado de imponerles retos—, como Matthew McConaughey y Woody Harrelson, su apabullante construcción de personajes, detectives con más matices y claroscuros que nunca, y ruptura con el esquema clásico del noir —el juego con la línea temporal que mantenía perdido al espectador—, por no hablar del componente fantástico, o místico, supuso un antes y un después en la forma de concebir la ficción criminal en televisión. Sin entrar en cómo cargaba las tintas en lo que a masculinidad tóxica se refiere, la serie sublimó las posibilidades del género, convirtiendo cada temporada en un relato poliédrico en el que lo sórdido se daba la mano con lo cotidiano y, a la vez, el pasado y el presente de la comunidad —el espacio, el escenario, importantísimo— en la que el crimen se producía, o se había producido en ese, a veces, fantasmagórico o neblinoso otro tiempo.
Su autor, Nic Pizzolatto, que fue primero escritor —y profesor universitario de escritura creativa— antes que showrunner, acabó, de alguna forma, engullido por el fenómeno. Como si el edificio construido en aquella primera temporada hubiese drenado su pozo de sabiduría narrativa —pozo que dirigía, de forma brillante, Cary Fukunaga (Sin tiempo para morir)—, ocurrió que no hubo otra temporada a la altura. Pese a que los elementos que pretendían darle continuidad —como el de la importancia del escenario, que en la segunda fue California, y lo inhóspito de lo urbano, y en la tercera, los Ozarks— seguían ahí, se falló en el intento de recargar la fórmula, puesto que la receta de la primera temporada no debía ni podía recargarse virando en otra dirección sino, como ha hecho muy bien Noah Hawley con Fargo, ahondando en la misma. Y si bien la protagonizada por Colin Farrell y Vince Vaughn —la segunda— lo intenta y casi lo consigue, la tercera se aleja tanto que resulta del todo irreconocible.
Que medie un año entre la primera y la segunda temporada (que se estrenó en 2015) y cuatro entre la segunda y la tercera (que lo hizo en 2019), da una idea de lo que ocurría interiormente. Es decir, algo no había funcionado y quizá no valía la pena seguir intentando explotar el formato. Que la cuarta temporada llegue ahora, cinco años después, y no tenga tras los mandos a Pizzolatto —que admitió, al acabar la tercera, tener una idea “buenísima” para la cuarta, idea que fue descartada—, también tiene que ver con el sentido de hundimiento que la serie arrastraba, desde tan epatante principio. El problema no es que Pizzolatto y Fukunaga dieran tan en el blanco en un primer momento que la cosa fuese insuperable. El problema es que las decisiones que se tomaron después de aquello no fueron lo suficientemente ambiciosas. ¿Lo es la decisión de Issa López, la nueva showrunner de True Detective, de crear un reverso de la primera? Sí, siempre que se la considere un nuevo, y aun así, frío, principio.
Para López, escritora y cineasta mexicana —que cuenta entre sus fans a Stephen King y a Guillermo del Toro, a los que su película Vuelven les entusiasmó—, lo ideal era volver al punto de partida, y darle la vuelta. Allí donde había exceso de masculinidad, colocar mujeres fuertes —dos detectives, Liz Danvers (una, aquí, entrañable Jodie Foster) y Evangeline Navarro (Kali Reis)—, y cambiar la polvorienta y calurosa Luisiana por la congelada Alaska, y el horror cósmico y victoriano, lovecraftiano, de Robert W. Chambers —el autor de El rey amarillo, uno de los referentes de la primera temporada—, por una ciencia ficción que no le teme a lo sobrenatural, y que invoca, sin complejos, La cosa, de John Carpenter desde, casi, la primera imagen. El resultado es, sin duda, algo nuevo, y como tal debe juzgarse, puesto que tratar de encontrar algún tipo de similitud con la primera entrega, una línea de continuidad que no pase por la cabecera —que, por primera vez, tiene un título añadido, Noche polar—, es imposible.
Así, desde el inicio recuerda, mucho más, este nuevo True Detective a un episodio serio de Expediente X —ocho hombres desaparecen de una estación de investigación en el ártico, y se supone que andaban buscando el origen de la vida—, o a Alien —sí, López menciona la Nostromo de Ridley Scott, y el hotel Overlook, de El resplandor, de Stanley Kubrick, como principales referentes, además de La cosa—, que a True Detective. Y no importa lo más mínimo porque inaugura, a su manera, un noir ártico en el que, sí, vuelve a haber dos líneas temporales —una activista murió hace seis años, y su lengua es lo único que se encuentra en la base súbitamente deshabitada—, y dos tipos de agentes al mando —la agente Navarro, rudísima, con sus espectaculares piercings de mejilla, y sus tatuajes, y su actitud napoleónica y solitaria, es una agente estatal, y está por encima de Danvers, la atribulada madre de una adolescente algo díscola, debilucha y cerebral—, y un crimen, por capas, de aparentemente imposible resolución.
La ambientación es de diez —de hecho, es el principal valor de la temporada: el espectador tiene que estar dispuesto a pasar frío ante la pantalla, en la perdida Ennis, suerte de Twin Peaks en el fin del mundo—, y la manera en que lo extraño —hay aparecidos, sí, y de alguna forma se comunican con los vecinos— se va apoderando de la trama, resulta francamente atrevida, viniendo de donde viene. Lo que quiere decir que López está imponiendo su marca, y eso siempre es bueno. La serie está más dispuesta que nunca a denunciar las diferencias sociales y también, atenta a la diversidad. Que las víctimas no sólo sean hombres, sino nada relacionado con los manidos bajos fondos —son científicos, y activistas, no prostitutos ni prostitutas— también añade un punto, o muchos, a favor de la nueva True Detective que, sin embargo, tiene la pega que da el exceso de preocupación por la trama: la frialdad —esta vez, narrativa— que impide habitar a los personajes, motor de toda ficción criminal que se precie.
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