El terror del impaciente

Movistar ha estrenado Pearl, de Ti West. Esta película es la precuela de otra llamada X y, en teoría, mejor que X. Pearl viene precedida de estupendas críticas y también de reacciones airadas de fans del terror. El problema es que la práctica totalidad de sus espectadores potenciales ya la han visto. ¿Dónde? No sé, en algún bajel pirata. ¿Y por qué? Porque necesitan opinar antes que nadie. Es un mal muy extendido entre los aficionados a ciertas cosas (el cine de terror, el anime, el recreacionismo histórico o cualquier otro menester minoritario) el necesitar empapelar el mundo con su opinión. Y las opiniones, además, son más contagiosas que la tiña.

Es cierto también que todo el que haya crecido con internet sabe que el juego va, en el fondo, de tirar piedras contra lo que sea: contra el de enfrente, contra el de abajo, contra el de arriba, o contra el propio tejado si hace falta. ¿Quién se iba a arriesgar a distribuir Pearl si ya habían arrojado todas las piedras? ¿Es siquiera rentable gastarse el dinero en ponerla en una plataforma? Al cine está yendo muy poca gente, y no son pocas las voces que advierten que las salas tienen los días contados.

Ojalá no sea verdad, porque el cine hay que verlo en la oscuridad y proyectado en una pantalla por más que nos hayamos acostumbrado a la opción casera. Si Pearl se hubiera estrenado en salas no hubiera ido nadie, porque todos sus espectadores potenciales la han visto ya. Si un producto no es rentable se deja de fabricar. ¿Necesita el mundo más películas de terror? Pues probablemente no. Pero si te gusta, si lo disfrutas, intenta que siga existiendo, no sea que mañana tengas una piedra en la mano aunque ningún sitio a donde arrojarla.

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