Patrocinar la vida privada
En consonancia con el cutrerío informativo, laboral y administrativo tenemos a famosos que promocionan su vida entera
Cada jueves Tamara Falcó va al plató de El Hormiguero a comentar cómo va lo su boda con el pijín que le puso los cuernos en un festival dieselpunk para ricos, delante de cámaras y de un montón de españoles que sabían perfectamente quién era. Los jueves adelanta un poco sobre cómo será una boda que hizo que pasara de ser la heroína del “date cuenta, amiga”, a una rica sin oficio ni beneficio a ojos del público. Así funciona la imagen pública, donde se construyen mártires, héroes, villanos, brujas, vengadores, pérfidos descastados, y donde juega la imaginación pero no la fantasía. Ya sabe usted lo del vestido, que las de Sophie et voilá han dicho que no se lo hacen porque es un plagio de otro vestido. Les aseguro que novias chungas hay a patadas, tratando mal a las modistas, exigiendo cual princesas del imperio austrohúngaro, todas yendo con sus madres a dar el visto bueno aunque pasen de los cuarenta años.
Todo esto no tendría interés si no fuera televisado. Qué bien manejan en esa familia los tiempos y las pausas del momento informativo, y qué poca importancia tiene en nuestras vidas el vestido de boda de Tamara Falcó, quien ha renovado la marca de la madre gracias a la mirada condescendiente que provoca. Y Pablo Motos tuvo la astucia de poner a esa famosa que es famosa por ser hija de famosos a comentar una vez a la semana cómo va su vida (sección eufemísticamente llamada “la actualidad”). Les señalo un asunto que ha quedado un poco a la sombra: que Tamara iba a cobrar por llevar ese vestido. No hablo de no pagar, sino de cobrar por llevarlo. En consonancia con el cutrerío informativo, laboral y administrativo tenemos a famosos que patrocinan su vida entera. ¿Quieren elegancia y estilo, famosos del mundo? Páguense los cumpleaños, páguense las copas. Páguense los viajes y, por Dios, páguense su vestido de novia.
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