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Almudena Ariza: “Ahora mismo, me siento guiri en España”

La periodista vuelve a casa tras 14 años de corresponsal de TVE por el mundo y estrena ‘Españoles en conflicto’, una serie donde analiza problemas globales a través de compatriotas residentes en el extranjero

La periodista Almudena Ariza
La periodista Almudena ArizaBernardo Pérez Tovar
Luz Sánchez-Mellado

Solo lleva unas semanas viviendo en España, entre Barcelona y Madrid, después de 14 años dando tumbos por el globo como corresponsal en Pekín, París y Nueva York, y enviada especial de Televisión Española a guerras, desastres y catástrofes y anda todavía como estrenando de nuevo su país cada día. Quedamos el jueves a la hora del vermú en el Ateneo de Madrid, adonde su padre, pluriempleado y amante de la lectura, “se escapaba para refugiarse en los libros y estar tranquilo” cuando ella y sus tres hermanos eran pequeños, y lo primero que comenta es cómo ha cambiado el lugar, a mejor, desde entonces. A sus 59 años, Ariza parece mirarlo todo con ojos nuevos. Y le encanta. En la cantina, unos chicos la reconocen y le dicen que les encanta su trabajo y que intentarán ver su nuevo programa, aunque no suelen ver la tele. “Siempre podéis recuperarlo a la carta en la web”, les responde, recogiendo el guante. Para una periodista, un espectador es un espectador, aunque haya que cazarlos a lazo.

Me he cansado solo de leer los cinco folios de su currículo periodístico. Encima, corre maratones. ¿Cómo lo hace?

Es que ya tengo una edad [ríe]. En serio: siempre me ha gustado hacer cosas nuevas y descubrir otros mundos. Hace 11 años que corro, antes ni lo había intentado, pero cubrí la maratón de Nueva York, entrevisté a corredores anónimos, vi su entusiasmo y dije que yo también quería sentir eso. Probé, sin vergüenza, porque en Nueva York hay cero sentido del ridículo, algo que me encanta, y me enganché. Soy muy de marcarme retos e ir a por ellos.

¿Siempre ha sido tan curiosa?

Sí, a mí, como periodista, me interesa lo mismo que a Almudena, persona. Yo voy a un sitio, a un restaurante, por la calle, y me fijo en la gente, me pregunto qué hace, de dónde viene, cuál es su historia. Soy cotilla, de curiosa, por naturaleza, y un poco pesada, también. Mi madre, desde niña, decía: “ya está Almudena con sus preguntitas”. Pero es que mi abuela decía: “me interesa todo lo que no importa”. Soy de esa raza.

Usted ha visto barbaridades. ¿Esa sensibilidad le pasa factura?

Tengo el muelle cada vez más flojo. De repente, estoy entrevistando a alguien y se me saltan las lágrimas. Antes no me pasaba.

¿Flojeamos con la edad?

Supongo que nos hacemos más vulnerables. Una de las últimas veces fue en Ucrania. Mira que vi horrores y cadáveres, pero un día, en un pueblo abandonado, vimos a una viejecita, nos llevó donde vivía: un búnker, con otros 14 o 15 abuelitos de 80 o 90 años que no habían querido dejar su vida y sobrevivían allí como podían. Al irnos, una de ellas salió al campo y me trajo un ramo de flores y unas manzanas, y me entró una llorera salvaje. Ahí me tenías, en medio de aquel drama, montando el numerito. Al final, en 40 años de carrera, lo que se te queda son las caras y las historias de la gente.

¿Fue a informar a Ucrania desde su confortable corresponsalía en Nueva York por gusto o por una orden?

El día de la invasión, estaba a las puertas de la ONU, le dije a Alfonso, mi compañero cámara de todos estos años en Nueva York, que si se vendría conmigo, me dijo inmediatamente que sí. Le mandé un mensajito a mi jefe diciendo que estábamos disponibles y a la semana, nos mandaron para allá.

¿Qué le entró en el cuerpo?

Euforia. Cuando me mandan a algún sitio, soy feliz. Luego, lo aterrizas y, dices, ostras, esto es un reto, pero se pasa rápido. En cuanto pisas tierra, te buscas temas, itinerarios, un fixer local que te ayude, y tratas de buscar la pepita de oro informativa en medio de la crisis. No fue difícil. Cada persona tenía una historia detrás.

¿Cuánto trabajo hay detrás de dos minutos de crónica?

Depende del tiempo que hayas tenido, de lo que te haya costado llegar al lugar. Pero, en general, horas, días. Soy obsesiva con eso. Tengo que sabérmelo todo para poder contarlo. Te metes información por un tubo y contrarreloj. De ello depende la credibilidad, que es mi único patrimonio.

Ariza en la biblioteca del Ateneo de Madrid, donde su padre acudía a leer y estudiar cuando ella y sus hermanos eran pequeños.
Ariza en la biblioteca del Ateneo de Madrid, donde su padre acudía a leer y estudiar cuando ella y sus hermanos eran pequeños.Bernardo Pérez Tovar

El otro día, su madre la llamó en directo en el programa ‘La Resistencia’. ¿La llama a diario para ver dónde anda?

Mi madre tiene 90 años, ha sufrido y sufre mucho por mí, siempre me ha seguido el rastro, pero siempre me dejó hacer. Ella fue empleada de Telefónica, una de las chicas del cable y siempre me animó a trabajar, porque sabe que es mi pasión. Ella también tiene una gran historia. Cuando estoy en España, la llevo conmigo a actos y conferencias, y se come el micro y al público.

Y usted, como madre, ¿ha sufrido por sus ausencias? Esto, quizá, no se lo preguntaría a un hombre, pero creo que me entiende.

Perfectamente. Cuando eran pequeños sí sentía la presión y el reproche social por dejar a mis hijos para irme fuera. Incluso de conocidos. Pero nunca he dicho que no a una cobertura por mis hijos. Esta frase es un poco dura, pero pensaba que, si me quedaba en casa, sin viajar, llevándolos al parque, sería una madre convencional, pero súperfrustrada, amargada. Creo que es infinitamente mejor que volviera de los viajes feliz, con cosas que contar y transmitir a mis hijos que lo más importante es hacer algo con pasión, porque el curro es mucha vida. Otra cosa es que no lo pasara mal pensando que no iba a estar en un cumpleaños, o que no le había hecho el disfraz del cole. Con el tiempo, lo he hablado con ellos: lo agradecen y se dan cuenta del valor que tiene.

En estas semanas instalada en España, ¿no se sube por las paredes?

Totalmente, mi madre sabe que, en Madrid, en la redacción, no estoy muy cómoda. Mis jefes, también. Yo en una redacción soy como un pajarito enjaulado. Me muero.

Cada vez más gente admite que no ve las noticias. ¿Comprende esa deserción de la audiencia?

La constato. Hay adultos ilustrados a los que no les da pudor decir que no ven las noticias, ni leen la prensa, y eso sí que es nuevo. Es como decir que no lees libros, sin temor siquiera a quedar mal. Pero creo que tenemos que seguir informando, y también creo en la responsabilidad de los consumidores. Igual que no te metes cuatro hamburguesas porque sabes que se te estropea el estómago, tenemos que vigilar los contenidos que consumimos, para que no se nos estropee el cerebro. Creo que es una responsabilidad compartida.

Algo habremos hecho mal también los periodistas.

Seguro. Parece que los malos son los que se van, pero alguna culpa tendremos. Creo que hemos dejado de conectar con la gente, y tenemos que reconectar, quizá de otra manera. La vida ha cambiado y a veces seguimos contando las cosas como hace 40 años. Muchas veces confundimos el lenguaje del periodista con el lenguaje como de madera del político. Cada día hago un ejercicio de simplificación del mensaje, porque lo que está claro es que hay que seguir contando el mundo. Y este programa, Españoles en conflicto, trata de luchar contra esa fatiga informativa de la audiencia haciendo un esfuerzo para aterrizar los temas internacionales, hacerlos interesantes y mostrar cómo los problemas globales afectan a un ciudadano medio que, además, es español y habla tu idioma.

Hay quien dice que no consume noticias porque se deprime.

Las cosas pasan. Muchas no son buenas, pero hay que conocerlas para intentar cambiarlas. Si no sabes que el mundo está estropeado, no haces nada por arreglarlo. A los jóvenes les diría que es duro verlo, pero son ellos los que pueden mejorarlo. No vale meterse en un sótano. Eso me parece de una inmadurez total, tengas la edad que tengas. Es mejor tratar de empujar a la gente joven a que haga cosas, porque ayudar, ser generoso da mucha felicidad.

De los que conoce, ¿cuál es el país más ‘marciano’ de la Tierra?

Me sorprendió muchísimo la resiliencia japonesa en el tsunami, por ejemplo. Nadie protestaba, era como que aceptaban su destino y se ponían a trabajar inmediatamente para superarlo. Pero aún más marciano es Corea del Norte. Y la del Sur, también, a la que dedicamos un episodio. Esa obsesión por la perfección, ese vivir sin exteriorizar tus sentimientos en un sitio donde la salud mental es tabú, ser el mejor en todo: en el colegio, en la universidad, en el trabajo, no irte de vacaciones nunca. Eso es marciano y terrible.

Después de tantos años fuera, ¿cómo ve a España?

Fíjate: ahora, me siento guiri aquí. Todos estos años he venido de vacaciones, pero eso no es vivir el país. Flipo mucho con muchas cosas. He vivido en China, Francia y EE UU, he viajado mucho tiempo por decenas de países, y te aseguro que España gana por goleada a la mayoría en calidad de vida y humana. Pero no nos lo creemos. Tienen que venir de fuera a recordarnos que este sigue siendo el puñetero país donde mejor se come y se vive, y peor se duerme, eso también te digo.

ESPAÑOLA POR EL MUNDO

Almudena Ariza (Madrid, 59 años) no quería ser periodista, sino recorrer el mundo actuando con la guitarra española que aprendió a tocar en el Conservatorio. Pero tenía prisa y, un verano, a los 17 años, falseó su edad para ganarse un dinerillo trabajando en un programa musical de Radio Algeciras, probó "el veneno de la comunicación", y cambió de rumbo. Tras estudiar Periodismo, hizo de todo en la radio, desde información local hasta dirigir programas informativos de gran audiencia, antes de pasar a la televisión como presentadora y editora y, después, brillar como corresponsal y enviada especial a los grandes acontecimientos y crisis del planeta. Durante la pandemia, confinada en París, volvió a coger la guitarra y arrancarle acordes académicos leídos en las partituras. A improvisar acompañando a un cantaor en un tablao no se atreve. Por ahora. 


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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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