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COLUMNA
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Mi abuelo El Drogas: retrato familiar de un icono del rock canalla

El documental sobre el fundador de Barricada rebate los clichés sobre un músico sobrio, hogareño y sensible que se ha reconciliado con su pasado

Enrique Villarreal, El Drogas, en San Sebastián en 2020.Foto: JAVIER HERNÁNDEZ
Ricardo de Querol

Ha cumplido de largo los sesenta y todavía enarbola el apodo de El Drogas que le pusieron antes de hacer la mili y fundar Barricada, banda clave del rock español. Enrique Villarreal vive desde niño en el barrio pamplonica de la Txantrea, que se distinguió por la lucha obrera y vecinal desde el final del franquismo y cuya épica impregnó sus letras. Es espigado y suele llevar un atuendo llamativo, de una elegancia desaliñada, y un pañuelo, como de pirata, en la cabeza. Siempre tuvo un problema de visión: afirma que tiene que andar torcido para poder mirar de frente.

No es un maldito, no es un canalla. Es un tipo hogareño y sensible, sobrio y leído, que escribe poesía, que batalla por la memoria histórica, que se implica en causas solidarias, que cuidaba con ternura a su madre con alzhéimer en sus últimos días. Que quiere tener juntos a los suyos: su socia de siempre Mamen Irujo, dos hijos y dos nietos con los que se ríe mucho. Y que, lejos de renegar de su mote, se lo puso de nombre a la banda con la que sigue grabando y girando.

El documental El Drogas (en HBO Max), de Natxo Leuza, es un retrato íntimo y familiar que rebate esa etiqueta del Keith Richards español, el icono de la vida salvaje del rockero. No se habla mucho de sus vicios, que los hubo; Enrique y Mamen prefieren contar cómo lograron quitarse de todas las adicciones. Ni se aclara del todo su traumática salida de Barricada: los demás decidieron seguir sin él en 2011, reprochándole su dedicación a proyectos paralelos. La mítica banda no duró mucho más porque Boni, el otro fundador y cantante, perdió la voz por un cáncer de laringe. Mucho antes que eso, en sus inicios, a ambos les había marcado una tragedia: la muerte del batería de la banda Mikel Astrain a los 24 años. Justo cuando empezaban a saborear el éxito.

Aquí se reconstruye el reencuentro entre Boni y El Drogas en 2018, tras años sin hablarse, en el camerino de Rosendo Mercado en su gira de despedida, en el que corrieron las lágrimas. Boni murió en 2021, meses después de presentarse este filme. La reconciliación se muestra como un paso más hacia la paz interior que busca sin descanso el protagonista. La que le asegura su entorno y la que consigue transmitir al espectador.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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