‘Masterchef’ contra el teletrabajo
¿Cómo no van a identificarse los espectadores con un programa que refleja tan bien las condiciones en las que trabajan millones de personas?
Hay misterios que no tienen misterio. Las palabras de Patricia Conde sobre Masterchef podrán ser crípticas, desconcertantes e intrigantes. Es morboso ver cómo las dice y las desdice en sucesivas reescrituras, pero si los hechos concretos que las inspiran son más o menos oscuros, no se puede negar que, a la vez, son evidentes.
Tal vez no sepamos nunca qué pasó, aunque está claro lo que ha pasado: Masterchef reproduce con tanto acierto las condiciones de explotación y esclavitud vigentes en tantas y tantas empresas, que hasta las estrellas curtidas en la ficción de la tele y sabedoras de los códigos de la telerrealidad se olvidan de la impostura y sucumben como el becario más frágil de la corporación más despiadada.
No falta ni un ingrediente: humillación, abuso, luz de gas, acoso… Todo vale para ofrecer el espectáculo del éxito contemporáneo, esa fábula en la que los héroes son galeotes de un barco negrero y gana quien aguanta los latigazos con una sonrisa.
Masterchef explica por qué no cuaja el teletrabajo. Tras la peste, muchos pensaron que las oficinas tenían los días contados, por ser ineficientes y caras, pero Elon Musk y sus apóstoles son partidarios de mantenerlas, porque es muy difícil abusar y humillar a alguien que está en su casa. Las broncas por Zoom son menos broncas.
El éxito del programa es consecuente con un mundo laboral individualista, ultracompetitivo, sin sindicatos y ajeno a cualquier idea de cooperación, solidaridad u obra colectiva. ¿Cómo no van a identificarse los espectadores con un programa que refleja tan bien las condiciones en las que trabajan millones de personas? Masterchef cuenta la vida de hoy mejor que las novelas de Dickens contaban el Londres del XIX, con la diferencia de que Dickens no contrataba a un niño para llamarlo Oliver Twist y hacerle pasar las de Caín ante el mundo entero.
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