‘No me gusta conducir’: en qué se parece hacer una serie a aprender a conducir
Aunque esa no sea su intención, la comedia de Borja Cobeaga también habla mucho de lo que supone hacer una ficción televisiva
Un cuarentón decide sacarse el carné de conducir, el concepto. Borja Cobeaga ha contado que cuando quiso venderle a Juan Diego Botto la premisa de No me gusta conducir (TNT) para conseguir que la protagonizara, al actor le pareció la idea más inane que le habían echado a la cara, mientras Cobeaga la contaba como si fuera un —con perdón por el anglicismo— high concept de primera categoría. Me imagino la escena como uno de esos momentos en los que Lorenzo, el profesor de autoescuela de la serie interpretado por un extraordinario David Lorente, está intentando darle una de sus lecciones sobre la vida a Pablo Lopetegui, el atildado profesor universitario con un doctorado en literatura medieval que se va a sacar el carné de conducir a una edad en la que podría ser padre de sus compañeros de autoescuela.
Hacer una serie se parece bastante a aprender a conducir. A muchos creadores les pasa como a Lopetegui, que contempla desconcertado cómo “cualquier idiota con el graduado escolar puede aprender a conducir en una semana”. Vale que uno no hace una serie en una semana, por mucho que Borja haya tardado menos en rodarla que en sacarse el carné, pero grandes éxitos televisivos han nacido de personas que, por seguir la linde lógica de Lopetegui, podrían sacarse el carné en dos días. Además, a cada serie, igual que a cada coche, hay que encontrarle, como diría Lorenzo, el vibrato. Una serie puede sobrevivir sin un —con perdón otra vez— high concept, pero no sin tono. El particularísimo vibrato de No me gusta conducir, donde caben Ladilla Rusa y Enya, una expareja que se lleva bien, una crisis vital cargada de sociopatía y una deuda personal llena de ternura es mucho más difícil de conseguir que levantar el pie del embrague al tiempo que uno aprieta el acelerador.
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