Vasile el virtuoso
No necesitó recurrir a sociólogos ni a psicólogos para tener claro cuál era el alimento favorito de las moscas
“Hablo con la autoridad que me otorga el fracaso”, aseguraba un personaje de Scott Fitzgerald, escritor que siempre me toca el alma. También afirmó en el desolado final de El gran Gatsby: “Gatsby creyó en la luz verde del semáforo. No sabía que todo había quedado atrás, en la ardiente oscuridad”. Fitzgerald se despidió de este mundo, roto por la cirrosis y por el corazón, con una inacabada novela que tituló El último magnate.
Y siento cierta perplejidad y no sé por qué recuerdo a Fitzgerald, cuando me entero de que han enviado al destierro o al aburrimiento al último magnate de la televisión, al creador de un duradero imperio llamado Telecinco, al señor Paolo Vasile. Hace muchos años me invitó a una cena. Acepté ya que el personaje me parecía inquietante. Y lo era. Brillante, cínico, pragmático, demoledor en sus defensivos argumentos. Él contradecía la triste certidumbre de Fitzgerald. Él hablaba con la autoridad que le otorgaba el éxito. Creo recordar de esa cena, o lo he leído en alguna entrevista posterior con Vasile, su convicción de que: “Yo, ante todo, soy un editor de publicidad”, y le fue de puta madre con ella.
Su producto me parece lamentable, pero también el del resto de las televisiones. Vasile no necesitó recurrir a sociólogos ni a psicólogos para tener claro cuál era el alimento favorito de las moscas. Implantó las antiguas corralas en la televisión, el protagonismo absoluto de la desmesura, el griterío, el chisme y la banalidad, el vacío estratégicamente adornado, la exhibición delirante y perpetua de personajes que encarnaban la nada, el peor folclore, el analfabetismo arrogante. Eso sí, con excelentes conductores del rebaño, con alguien tan listo, rápido y profesional como Jorge Javier Vázquez. Ignoro cómo se va a reinventar Telecinco. Pero en un mundo de chacales, Vasile me parecía un virtuoso, era el que mejor me caía.
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