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Columna
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Sobredosis

Ni Isabel II ni su muy podrida familia forman parte de mis mitos. Pero una serie de televisión que mezcla ficción y realidad ha conseguido el milagro de hacerlos humanos y complejos

Olivia Colman como Isabel II en una escena de la cuarta temporada de 'The Crown'. Vídeo: NETFLIX
Carlos Boyero

Durante una semana, como mínimo, los asesinatos, las palizas, el maltrato de género, el empoderamiento, la cesta de la compra, la pobre Ucrania, el anuncio del apocalipsis, los más vulnerables y la clase media trabajadora (el presidente o sus asesores han deducido que también existe otra clase media que no trabaja, ensimismada todo el rato con sus genitales) van a sentirse huérfanos en los medios de comunicación. Todo está dedicado a una señora que ha fallecido, símbolo histórico, alguien que ha tenido que representar idéntico y agotador papel desde su juventud.

Y existe un diluvio abusivo de frases hechas y lugares comunes respecto a la trascendente finada. Imposible desconectar de ella. La tal Isabel incluso se va a colar en los sueños de mucha gente. Y por supuesto, hay excepciones en el ruido del gallinero informativo. Leo en este periódico dos artículos modélicos de Enric González y de Ignacio Peyró, personas inteligentes, lúcidas, viajadas y leídas, sobre lo que ha supuesto una dama presumiblemente de hierro, enemiga de los aspavientos, siempre en su sitio aunque este fuera muy incómodo.

Ni ella ni su muy podrida familia forman parte de mis mitos. Pero una serie de televisión que mezcla ficción y realidad ha conseguido el milagro de hacerlos humanos y complejos, para bien y para mal. Hay tanto arte, brillantez, sutileza, crítica y comprensión en la extraordinaria The Crown. Le han hecho un favor impagable a una familia que forma parte de los amos del planeta.

Todo dios parece compartir la tragedia. Pero me parto de risa cuando un amigo me cuenta que al comunicarle a su anciana y letalmente enferma madre que la reina entre las reinas ha muerto a los 96 años, esta le responde: Ya era hora. Y ella no es ácrata ni republicana, ni iconoclasta, solo habla el sentido común, la fuerza de la lógica.

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