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Las últimas horas del reinado de Isabel II: información dosificada por Buckingham y gestos que daban pistas

El comunicado de la familia real dio pábulo a los rumores y a la interpretación aventurada de los medios de cada gesto público

Isabel II recibía el 6 de septiembre en Balmoral a Liz Truss.
Isabel II recibía el 6 de septiembre en Balmoral a Liz Truss.Jane Barlow (AP)
Rafa de Miguel

Durante al menos dos horas, solo unos pocos fueron conocedores, no del rumor, sino de la certeza de que el reinado de Isabel II se había apagado. Durante todo el tiempo previo, desde que el Palacio de Buckingham publicó la ya histórica —y escueta— nota en la que “los médicos expresaban su preocupación por la salud de la reina”, rumores, gestos y ausencias consolidaron la sensación colectiva de que, esta vez, la noticia era cierta.

No pasó desapercibido para muchos. Las manos de Isabel II, en las dos fotografías que publicó el martes la Casa Real de sus respectivos encuentros con Boris Johnson y Liz Truss, presentaban un intenso color morado. Falta de oxígeno en sangre, efecto del frío de las Tierras Altas escocesas en una persona mayor... los tabloides británicos especulaban sobre las causas. Pero desde la extendida sensación de seguridad de que la reina seguiría siendo una presencia habitual y familiar, y de que el país debía, sin más, acostumbrarse a sus dolencias, o la reducción del número de actos de su agenda pública.

La decisión del entorno de la monarca de recibir en el castillo de Balmoral tanto a Johnson como a Truss —y romper así la tradición de realizar este ritual en el londinense Palacio de Buckingham— fue justificada por los “continuos problemas de movilidad” que sufría desde hacía meses. El anuncio, ese mismo martes, de que no habría reunión con el Consejo Privado al día siguiente, a pesar de que estaba prevista que fuera telemática, comenzó a activar algunas alarmas. La jornada no había sido tan intensa como para que los médicos de palacio decidieran que la monarca tenía que descansar. Durante el verano, los medios habían revelado cómo Carlos de Inglaterra —hoy Carlos III— había aumentado las visitas a su madre en Balmoral hasta hacerlas casi diarias. Tanta asiduidad presagiaba problemas de salud de la monarca.

Gestos que anticipaban todo

Cuando el Palacio de Buckingham decidió publicar este jueves la nota sobre el empeoramiento de la salud de Isabel II, la nueva primera ministra anunciaba en el Parlamento su plan de medidas urgentes para afrontar la crisis energética. El speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes, Lindsay Hoyle, expresó palabras de apoyo a la monarca, pero resultaba llamativo cómo Nadhim Zahawi, el ministro al frente de la Oficina del Gabinete —la que coordina las tareas de Gobierno— se había sentado junto a Truss, y le deslizaba una nota que cambiaba el semblante de la primera ministra. Lo mismo ocurrió con Angela Rayner, la número dos de la oposición laborista, que levantaba la vista confundida, al recibir otra nota, sin saber muy bien si el debate energético en curso debía seguir adelante.

Carlos, junto a su madre

Carlos de Inglaterra y su esposa, Camila, se encontraban en Birkhall, muy cerca de los predios de Aberdeenshire donde se encuentra Balmoral. Fueron los primeros en llegar allí. El hijo de la reina pudo acompañarla durante sus últimas horas, “bajo supervisión médica” y en un estado de calma y alivio. “Comfortable”, decía el término inglés de la nota, que no sugería comodidad, sino más bien una atención paliativa para hacerlo todo más fácil.

El resto de miembros de la familia real emprendieron ruta hacia Balmoral. La princesa real Ana, los príncipes Andrés y Eduardo, Guillermo y Enrique de Inglaterra. La urgencia con la que todos acudían para estar cerca de la monarca dejaba escaso margen para la interpretación. Algo grave estaba ocurriendo, aunque Buckingham mantuvo el silencio durante seis horas.

La BBC interrumpía la programación. Adoptaba un tono sobrio. Presentadores y periodistas adaptaban su vestuario al luto que se aproximaba. No todas las corbatas eran ya negras, pero al menos eran azul marino. “La salud de la Reina”, rezaba el rótulo fijo, en la parte baja de la pantalla. La cadena pública rehuyó en todo momento cualquier especulación y se atuvo a glosar la figura de Isabel II, sin dar por sentado ningún desenlace.

La primera comunicación

Fue a las cuatro y media de la tarde (cinco y media, hora peninsular española) cuando Buckingham activó el protocolo y comunicó a Truss —la primera en saberlo— el fallecimiento de Isabel II. Pasarían dos horas más hasta que la página oficial de la Casa Real hizo pública la noticia. Durante ese tiempo, en un efecto cascada, se iba ampliando el círculo de conocedores de la noticia. Fue el momento más delicado, porque los rumores y las filtraciones comenzaron a cobrar eco. A este corresponsal le llegaron mensajes de dos fuentes relevantes, que le aseguraban que el fallecimiento ya se había producido. Hay momentos históricos de espera y tensión en los que solo vale la confirmación oficial y definitiva. Ningún medio cometió el error de adelantar lo que, por otra parte, nadie tenía interés en dar por seguro. El diario The Washington Post aseguró pronto que el fallecimiento se había producido a las tres de la tarde (cuatro, hora de la península).

Todos los hijos de Isabel II, y dos de sus nietos, se juntaron en Balmoral. Pero solo Carlos y su hermana Ana, según The Daily Telegraph, estuvieron presentes en el momento del fallecimiento. Durante dos, o tres horas, los británicos, y el resto del mundo, se agarraron a una intuición, y a una catarata de gestos, para confirmar el final de la reina.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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