‘Schadenfreude’ de ricos: por qué adoramos ver a millonarios sufriendo
El secreto del éxito de todas estas fábulas de superricos depresivos radica en el consuelo y alivio que nos sostiene a los que observamos desde el 99% restante de la población
En octubre se estrena la segunda temporada de The White Lotus. Cuento los días. Se sabe poco: que transcurrirá en Sicilia –en el San Domenico Palace de Taormina–, que la estupenda Tania (Jennifer Coolidge) y su pareja Greg (Jon Gries) serán los únicos que repetirán y que entre la nueva cantera de adinerados de vacaciones está la genial Aubrey Plaza o, inserte suspiro, el inolvidable Christopher Moltisanti de Los Soprano —aunque en su carnet, dicen, pone Michael Imperioli—. No me hace falta saber más para tenerme en ascuas. No veo la hora de reencontrarme con una nueva tanda de superricos agonizando espiritualmente entre sábanas de algodón egipcio y vistas a piscinas infinitas.
Me pasa con The White Lotus, con Succession y con mi sincera fascinación por Las mujeres ricas de Beverly Hills —lo siento, pero ni las de Dubai o Salt Lake City estarán a la altura de Kylie Richards y su pandilla—: me hipnotiza ver a millonarios sufriendo. Supongo que es por esa mezcla de porno inmobiliario —a veces fantasía, otras espanto—, su sonrojante ensimismamiento o su abismo de compromiso con la que considero mi realidad. Es sintonizar y no puedo dejar de mirarlo.
Cuando la crítica de tele Alyssa Rosenberg escribió que la raíz del atractivo de Succession era puro schadenfreude estaba en lo cierto. No hay nada más anestesiante que “contemplar una y otra vez cómo estas personas pueden actuar con impunidad, pero todo está bien porque eventualmente se destruirán a sí mismos”. Supongo que ahí reside el secreto del éxito de todas estas fábulas de superricos depresivos: nos da el consuelo y alivio que nos sostiene a los que observamos desde el 99% restante de la población. Pena que sea una tirita y solo dure un rato.
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