Aquí sigue viviendo alguien
15 años después del fin de ‘Aquí no hay quien viva’, a las nuevas generaciones de espectadores les encantan los avatares de los vecinos de Desengaño 21 y Netflix lo sabe
La soberbia historia oral de Aquí no hay quien viva que ha escrito Javier P. Martín para Icon es un retrato perfecto de cómo funciona una ficción televisiva, una colección de testimonios de sus artífices entre cuyas líneas se lee que una serie es la suma de los talentos y las miserias de quienes la hacen y de los acordes y desacuerdos entre ellos.
Los mejores análisis de series son autopsias o exhumaciones, pero conviven con que estas se reponen, resucitan o se reencarnan. O todo a la vez. 15 años después de su fin, y a la vez que triunfa La que se avecina, Aquí no hay quien viva está muy ídem. A las nuevas generaciones de espectadores les encantan los avatares de los vecinos de Desengaño 21 y Netflix lo sabe. Por eso desde octubre la tiene en su catálogo. A la plataforma le sale a cuenta hacerse con los derechos de emisión de series célebres previas a su nacimiento; los réditos que le han proporcionado The Office, Friends y las temporadas antiguas de Anatomía de Grey son pruebas de ello.
Él éxito de Aquí no hay quien viva fue, como casi todos los televisivos, improbable, bien lo cuentan los hermanos Caballero. Los fracasos tampoco se suelen ver venir, al menos por los involucrados en ellos: sacar adelante una serie cuesta tanto que uno acaba sufriendo cierto síndrome de Estocolmo con aquellas en las que trabaja. Vince Gilligan, que algo sabe de tocar la buena tecla, soltó en una entrevista hace años una dolorosa obviedad que a menudo se olvida: supone el mismo esfuerzo hacer una serie que fracasa que una que triunfa. Y no hay análisis que permita averiguar cuáles son las proporciones de suerte, talento y empeño a conjugar. No lo saben ni en Radiopatio.
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