El humor se entiende si no intentas explicarlo
Reconocemos la inteligencia que hay tras muchas formas de humor, pero en cuanto pensamos sobre ello nos perdemos y todo se vuelve un problema
Hay pocas cosas más tediosas que un tratado sobre el humor. Desde aquel clásico de Charles Baudelaire, que no llega a aburrir porque es muy breve, hasta los estudios antropológicos y literarios de hoy, miles de eruditos parecen empeñados en negar el objeto de su estudio por la vía del sermón. No es extraño que sea así: son los Tedax del humor. Cortan los cables del chiste, desmontan el detonador y desactivan la carga explosiva que provoca las carcajadas.
No es el caso de Terry Eagleton, cuyo Humor, recién publicado en España por Taurus, es tan erudito y profundo como divertido. Leyéndolo he recordado a veces el famoso sketch del Flying Circus de los Monty Python sobre el mejor chiste del mundo, que hacía reír tanto que provocaba la muerte de quien lo escuchaba y el ejército británico lo usaba como arma para derrotar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Lo bonito del libro es que, al contrario de lo que sucede con muchos monólogos de metahumoristas de hoy (y pienso en Hannah Gadsby, por ejemplo, que incorpora en sus espectáculos reflexiones sobre la conveniencia y —¡ay!— los límites del humor), no tiene una tesis cerrada. La sensación que provoca sobrevolar sus doscientas ligeras páginas es que el humor se entiende muy bien pero se explica fatal. Para disfrutarlo a fondo hay que renunciar a comprenderlo del todo. Todos percibimos la diferencia entre el humor subversivo y el humor reaccionario, aunque tal vez no todos sepan disfrutar de los placeres de la ironía, siempre herida de muerte en tiempos tan literales como los que vivimos. Reconocemos la inteligencia que hay tras muchas formas de humor, pero en cuanto pensamos sobre ello nos perdemos y todo se vuelve un problema. Por eso el ensayo es tan reconfortante y debería circular entre los humoristas: porque nos reconcilia con nuestra propia risa.
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