Nuria Pasionaria Roca
La presentadora ha acaparado más atención al sustituir a Pablo Motos que todos los políticos catalanes en campaña
Esta semana ha sido la más mortífera de la tercera ola, con 3.067 víctimas de la enfermedad, y la hemos pasado descabezados, con la principal autoridad sanitaria del país transformada en Presidentilla (ay, esa propaganda electoral, ese “president Illa” que suena a personaje de Gomaespuma) y con su sustituta a la espera de que los de informática le configuren el ordenador en el despacho. También hemos pasado la semana pendientes de las nuevas remesas de vacunas, que tienen en vilo a multitud de alcaldes, concejales y consejeros autonómicos, que ya se habían apartado sus dosis.
Pero todo esto es rutina, partes de una guerra larga, casi ruido de fondo. Solo una noticia de verdad disruptiva podía sacar a los españoles de su letargo. Entonces llegó la PCR positiva de Pablo Motos, y la verdadera España, la inmortal, la que va a divertirse a El hormiguero, sintió que al fin cambiaba algo en sus vidas. Para bien.
Nuria Roca ha acaparado más atención al sustituir a Pablo Motos que todos los políticos catalanes en campaña, las ocurrencias de Fernando Simón, la burocracia de Bruselas contra las farmacéuticas, el éxodo bíblico de los youtubers a Andorra y los tuits de Pablo Iglesias recomendando series francesas. Ninguna mujer española había despertado tanto entusiasmo desde que la Pasionaria gritó “no pasarán” en los micrófonos de Radio Madrid en 1936. Qué subidón de audiencia y de endorfinas, y qué mala leche debe de estar incubando Motos en su casa.
No todo el mérito es de Roca. Esto es un triunfo de la televisión de antes, la del prime time y el minuto de oro, la de las estrellas frívolas, las puestas en escena cabareteras y las familias felices en el sofá, compartiendo una alienación común, sin alienarse cada uno en su pantalla. Qué lección de humildad para Netflix y los de las sillas gamer.
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