De lo peor a lo mejor de Estados Unidos
Oír hablar a Fran Lebowitz es un bálsamo contra las turbas, un chorreo de inteligencia y humor que condensa lo más refinado y maravilloso de la cultura norteamericana
Cuando Joe Biden salió a hacer historia, mientras el de los cuernos aún mugía por los salones del Capitolio, articuló su discurso sobre la idea de la “real America”. Esa turba no representaba al país, dijo, muy digno y presidencial. Las caras de los reporteros y analistas de la CNN, incluso tapadas por las mascarillas, eran menos dignas y no disimulaban la rabia y cierta vergüenza. “El mundo entero lo está viendo”, repetían, horrorizados.
Apenas dos días después de asistir a lo peor de Estados Unidos, hemos disfrutado de lo mejor. Con la misma fascinación con la que me pegué la noche del 6 de enero a la CNN, me he visto casi del tirón la serie de Scorsese sobre su amiga Fran Lebowitz (Supongamos que Nueva York es una ciudad, en Netflix). Oír hablar a Lebowitz, de quien en España apenas teníamos conciencia (Tusquets tradujo dos libros suyos en los ochenta y están agotadísimos, sería hora de que algún editor los recuperase), es un bálsamo contra las turbas, un chorreo de inteligencia y humor que condensa lo más refinado y maravilloso de la cultura norteamericana. Me gustaría llamar a los de la CNN y decirles: tranquilos, nos ha llegado lo último de Scorsese y no tenéis razones para avergonzaros del país. Esta parte mola mucho.
Cuenta Lebowitz que fue una vez a pescar a un lago de la América profunda, y en la tienda del pueblo le pidieron el carnet de conducir para expedirle una licencia de pesca. El carnet, a diferencia de los del Oeste, no tenía foto, por lo que la dependienta le preguntó: “¿Qué pasa, no ponéis fotos en Jew York (juego de palabras groseramente antisemita entre new, nuevo, y jew, judío)?”. Lebowitz respondió: “No, porque sabemos leer”.
Ahí está, la crisis de la democracia liberal y el trumpismo, resumidos en dos líneas de diálogo.
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