Ha muerto un extraño que lleva media vida conmigo
Me avergüenza llorar la muerte de un extraño como si fuera un amigo, pero necesitaría mucho más que una columna para explicar qué significa Barricada para mí
No conocí al Boni. Tampoco sabía gran cosa de su vida. Como el resto del grupo, era muy discreto. Incluso a los fans más cotillas les costaba adivinar algo más allá de lo que sucedía sobre el escenario o de las entrevistas que daban, navarramente lacónicas. Solo los barricadólogos estaban al tanto de su enemistad con El Drogas. Sabía tan poco, que tengo que asegurarme de escribir bien su nombre real, Javier Hernández. Ahora ha muerto. Cincuenta y ocho años. Un cáncer de laringe que le dejó mudo. En sus necrológicas he aprendido más sobre su vida que en los treinta años que llevo escuchando su música.
Me avergüenza llorar la muerte de un extraño como si fuera un amigo, pero necesitaría mucho más que una columna para explicar qué significa Barricada para mí. En el Don Juan de Torrente Ballester, el diablo dice que la música que escuchamos en la primera juventud es nuestra para siempre. Por más que nos refinemos, nos alejemos e incluso reneguemos de aquellas melodías, persistirán porque forman parte de lo que somos. Extirparlas sería eviscerarnos.
Vi a Barricada por primera vez en 1993. Era un crío de catorce años que nunca había estado en un concierto de rock. He vuelto a verlos unas veinte veces porque aún no me he recuperado de aquella primera noche. Una parte de mí se quedó allí, con los oídos zumbando y el cuerpo aterido de sudor. Podría escribir libros enteros sobre su música, pero serían divagaciones a lo Proust, íntimas e incomprensibles. Soy incapaz de enjuiciar sus canciones, como tampoco sabría hacer una reseña sobre la cocina de mi madre. Si teorizas sobre ciertas cosas, las abaratas y las denigras.
No conocí al Boni, aunque siento que lleva a mi lado media vida, y sólo lamento no habérselo dicho, por si le alegraba un poco saberlo.
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