Una Nochevieja de figurantes
Ana Obregón representó ella sola, enhiesta y con palabras, elegantísimas, medidas, la entereza de todo un país
Tenía unos amigos que trabajaban de figurantes en casi todos los programas de Nochevieja, que se grababan unas semanas antes de la noche en sí. A las once de la mañana, con el segundo café aún en el estómago, fingían borracheras de confeti y matasuegras y hacían la conga mientras Ricky Martin y Martirio ejecutaban sus playbacks. Sus falsas nocheviejas eran mejores que las nocheviejas reales de los demás, porque la Nochevieja —hay que dejarlo claro en el primer párrafo— es siempre una noche decepcionante en la que millones de personas fingen pasárselo bien. Por eso mis pensamientos nocheviejeros estaban este año con todos esos jóvenes que, por culpa de la peste, se han escaqueado de la obligación de pasárselo bien esta noche.
La diferencia entre mis amigos figurantes y los demás era que ellos tenían una conciencia rotunda de la impostura nocheviejera. Este año, por desgracia, no hay diferencia entre ellos y los demás: todos somos figurantes de una Nochevieja de mentira. La tele hablaba a un país sin fiestas, seguramente amodorrado en el sofá, tan poco convencido de la puesta en escena como los figurantes que hacen la conga a las once de la mañana (conga con PCR y distancia de seguridad).
Se agradece el esfuerzo de las cadenas por ofrecer una programación prácticamente idéntica a la de 2019. Salvo momentos y programas puntuales, parecía que no había pandemia, que la tele iba a lo suyo, como si al otro lado de la pantalla estallaran los cotillones y las borracheras de costumbre.
La noche empezó en La 1 con un bajón a la altura del año que despedíamos: José Coronado cogió el testigo de su tocayo José Sacristán para escenificar teatralmente un resumen con guion de Carlos del Amor que desmereció mucho el de 2019 (casi tanto como el año 2020 desmerece el 2019). La buena nueva es que dejó el listón tan bajo que a José Mota no le costó nada elevarse a sus alturas habituales, con un especial inspirado en Cinema Paradiso impecable, para todos los públicos y con unos sketches dignísimos. Sin sorpresas, sin apenas innovación, a tiro fijo, pero eficaz como nadie. Llevaba mucha más carga política que el resumen de los servicios informativos: Mota caracterizado como Ciudadano Kien (sic) parodiando una canción de Toy Story con el estribillo “hay un mediocre en mí” (refiriéndose a la mediocridad gubernamental), seguramente sea la crítica política más afilada que se ha emitido en TVE en todo 2020.
Aunque el homenaje explícito a las artes escénicas, heridas de muerte con el coronavirus, corrió a cargo de Carlos del Amor en TVE, donde se vio de verdad el sentimiento y el cariño hacia el teatro y la música fue en La Sexta y en La 2. Los monólogos de Berto Romero y de Ernesto Sevilla, rescatados del archivo de El Club de la Comedia, devolvieron un rato la sensación de un teatro lleno. Los planos de la platea aplaudiendo y riéndose daban ganas de llorar y medían la distancia de lo que hemos perdido este año. En La 2, el Cachitos de antes de las campanadas cumplió sobradamente la misión de servicio público que se espera de TVE, dando espacio a todos los músicos que no han podido dar conciertos en un festival programado para ellos, donde no faltó ni el baño portátil de atrezo ni un melómano pop de lujo como Mikel López Iturriaga. Fue, como de costumbre, lo más elegante de la noche.
De Cuatro y sus First Dates, para qué hablar; y de la cena de Sálvame en Telecinco hay que destacar que la reconciliación de Belén Esteban y Amador Mohedano superó en falsedad a la actuación de José Coronado en La 1, lo que es muy meritorio.
"Lo más importante en esta vida es dedicar tiempo y amor a las personas que quieres". Así ha dicho adiós a 2020 Ana Obregón en #CampanadasRTVE, con palabras de su hijo Alex y un mensaje de superación y esperanza -> https://t.co/rnA9WStKYB Feliz 2021 pic.twitter.com/m1wadN1F0Y
— RTVE (@rtve) December 31, 2020
La verdadera emoción llegó con las uvas, pese al pobre Nacho Cano, que tocó literalmente solo, sin que nadie, ni los realizadores de la tele, le prestaran la menor atención. En nombre de los españolitos, lo agradezco. Ana Obregón, en cambio, representó ella sola, enhiesta, la entereza de todo un país. Le sobraron la música y las flores del pretil, excesos sentimentaloides de puesta en escena que no malograron sus palabras, elegantísimas, medidas, pronunciadas desde el fondo de un dolor que quienes lo compartimos sabemos que no se puede impostar. Por un año, Anne Igartiburu fue solo decorado: no había nada que hacer ante el duelo digno de Obregón, que representaba a todos.
Cristina Pedroche, en Antena 3, recordó a su abuela, víctima del coronavirus, pero no se quedó ahí, porque Pedroche nunca se queda allí, y todo recurso es poco para eclipsar a Chicote. Cubierta con una especie de edredón nórdico, contó que su tocado consistía en 2021 oportunísimos cristales. Muy bronceada para diciembre, bajo el edredón llevaba uno de sus disparates, firmado este año por Pedro del Hierro, que quería imitar una mascarilla. Profiláctica, sin embargo, lo era a duras penas, pues la teta que daba a cámara (la izquierda, porque a la derecha tenía a Chicote, que le cubría ese escorzo) hacía grandes esfuerzos por salirse del horario de protección infantil. Los más viejos (no necesariamente verdes) del lugar dijimos que estuvo a punto de hacer un Sabrina. Los mileniales pueden guglear esta referencia. Una pista: hay que teclear “Sabrina Nochevieja 1987” en el buscador.
Pedroche pone tan alto el listón del folclore de Nochevieja que a la pobre Sandra Barneda, compañera de Christian Gálvez en Mediaset, no le lució nada su muy elegante vestido blanco de Juanjo Oliva. Dio las uvas en Gran Canaria, donde soplaba una brisilla que la tenía aterida. El año 2020 es tan raro que parecía que hacía mucho más frío en Canarias que en la Puerta del Sol.
Y después, lo de siempre: el karaoke y los figurantes. Las galas grabadas a las once de la mañana. Flo conteniéndose las ganas de hacer de Flosie. La misma tele rancia en todos los canales, salvo en los rótulos de Cachitos, que ya han abandonado la modernidad para agrandar la tradición española.
Una Nochevieja de siempre para un año como nunca.
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